Por Rodrigo Daskal (*)
Cada Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia arremete la sensación, aunque no la única, de que necesitamos recordar. Necesitan los y las que sufrieron en sus propias biografías, lo necesitan quienes nacieron luego, lo requiere la construcción de un país que se mire de frente ante la tragedia del terrorismo de Estado. El campo del deporte no fue ni es ajeno a ello, aunque persistan antiguas discusiones: el “no te metas”, el ¨son cosas distintas”, etc. Desde las ciencias sociales hemos venido intentando discutir tanto las lógicas manipuladoras (“el deporte es usado por la política”) como las ingenuas o despolitizantes (“no mezclemos las cosas, no politicemos el deporte”). No porque no se observen, desde ya, sino porque solo explican una parte y en sentidos, a veces, demasiado estáticos; la realidad es más compleja y ambivalente. En esa línea, lo sabemos bien, nuestro sistema institucional del deporte se organiza a partir de los clubes como asociaciones civiles democráticas y de sus socios como foco propulsor de energía, mucha o poca, para bien y para mal. En los últimos años han surgido grupos de socios e hinchas preocupados tanto por desarrollar políticas de memoria en sus instituciones, como de recrear historias de las mismas en los tiempos de Proceso Militar o de recuperar los nombres y las historias de socixs detenidxs desaparecidxs. En el año 2003 vemos ya un homenaje a Abuelas de Plaza de Mayo previo a un partido de River Plate, gestos que comienzan a replicarse en los años siguientes. Más recientemente se crea la Coordinadora de Derechos Humanos en el Fútbol Argentino, se publica el libro Los desaparecidos de Racing de Julián Scher, y en Banfield, Ferro, Argentinos Juniors, Racing Club, Boca Juniors y River Plate entre otros clubes, se comienza a investigar quiénes eran esos asociadxs a sus clubes: si sufrían o disfrutaban en la cancha, si comían asados en el club con amigos, si iban a la pileta o simplemente si una parte de su identidad decía: socio e hincha de. El rescate de la memoria de las personas detenidas desaparecidas ha profundizado habitualmente en otros aspectos de su vida, como su compromiso militante (o el no tenerlo), sus características personales, sus intereses profesionales. De lo que se trata aquí es de eso que llamamos “la fuerza de los lazos débiles”, de su relación socioafectiva con el fútbol, con el club, allí donde tejían seguramente sus lazos sociales, culturales, deportivos. Los testimonios cuentan vidas de jóvenes estudiando en los entretiempos de los partidos o pasando sus tardes con amigos en el club. En el caso de dos hermanos, uno de ellos socio de River, que se encuentran desaparecidos como su padre, su primo (que tiene a su vez también a su padre desaparecido) reflexiona sobre su propia condición de hincha, ya que lo es de Boca Juniors por influencia de la pareja de su madre. Y dice: primos y padre desaparecido, ellos de River (ver nota): hasta dónde los asesinos no solo le diezmaron su familia, sino que determinaron también su identidad futbolística. Por supuesto (y esto va de suyo), de quién es hincha es aquí lo de menos: lo que se reclama es el robo de otra parte de su identidad, entre otros tantos robos.
Que los clubes organicen áreas de derechos humanos no es una obligación, aunque sí un derecho y sobre todo una posibilidad para seguir abonando al rol que históricamente han cumplido en el tejido social. No es el pasado lo que está en juego, aunque lo parezca, sino lo que viene. No los debates ideológicos, las posturas divergentes, aunque también persistan: es tan simple y complejo como saber qué sociedad podremos construir a partir de diferencias y similitudes, pero también de un consenso básico: que no hay vida ni felicidad en común posible sin (re)conocer la singularidad y la profundidad del terror en el mar de la memoria, la verdad y la justicia.
(*) Sociólogo, docente (en Deportea, entre otras instituciones), presidente del Área de Museo, trofeos e historia de Club Atlético River Plate