Por Mateo Videla y Facundo Boquín
Argentina ´78, serie documental que narra el Mundial de Argentina en 1978, vio la luz el 27 de noviembre e instantáneamente corrió a través de las redes sociales como un cable a tierra hacía al pasado para las nuevas generaciones. Que atravesadas por otros equipos o selecciones más modernas desconocían parte de la historia de esa primera estrella de las tres. El largometraje, creado por Lucas Bucci y Tomás Sposato, se basó en el libro de Matías Bauso 78: Historia Oral del Mundial. En está ocasión, el autor, de 53 años, dialogó con El Equipo sobre su mirada, su experiencia y la construcción de su obra.
-¿Por qué elegiste contar el Mundial de 1978?
-Yo nací en 1971 y, en ese momento, ya estaba encantado con el fútbol. Me volvía loco. Cuando un Mundial se juega en tu país o en tu ciudad todo gira a su alrededor. Se percibe en los kioscos, en los almacenes, en la televisión, en la radio. Aprendí las banderas de los 16 países, las capitales, los 22 jugadores de cada plantel. Lo viví como una fiesta. Los partidos televisados, los siete de Argentina y el inaugural, los veía en el Luna Park en blanco y negro. Era una locura. A la salida, toda avenida Corrientes y el Obelisco rebosaban de gente. Fue mi primer contacto con una fiesta futbolística y así lo sentí. Al crecer, observé que la mirada sobre el acontecimiento era otra. En un momento, quise reconstruir lo que había pasado para ver qué era cierto de esos recuerdos infantiles que tenía a los seis años y qué había sido distorsionado en mi mirada. Cuando empecé a leer me di cuenta que mucho de lo que creíamos de aquel evento era falso, estaba tergiversado o era un mito. Esa situación me intrigaba mucho. En 2013, al comenzar con el libro, muchas personas que lo experimentaron estaban vivas. Un hecho masivo y popular del que la gente repetía varias cosas creadas en una construcción posterior. Eso me movió. Ese procedimiento y como había sucedido.
-¿Cómo inicia la construcción del libro?
-En Editorial Sudamericana me preguntaron si pensé algún libro para Brasil 2014. En ese momento, me gustaba mucho el género de periodismo norteamericano que avanza en los hechos a través de los testimonios de los protagonistas en vez de hablar el escritor o el autor. Uno los va montando para narrar en pequeños párrafos. Procedimiento usual en Estados Unidos y ágil de leer. Apenas empecé a investigar y a realizar encuentros me di cuenta de que había cuatro niveles que iba a manejar en el texto: El primero, qué le preguntaba a mí entrevistado y qué me dijo 35 años después de los hechos. El segundo, qué contó el protagonista en 1978, algo bastante distinto. El tercero, qué sabía la prensa de la época. Y el cuarto, qué se había escrito y analizado posteriormente. Finalmente, incorporé un quinto nivel con aquellas cosas que iba descubriendo en mi investigación. A veces, comparaba las declaraciones que tuvo un mismo individuo en 1978 con las que hizo conmigo en 2014. Dice blanco y enseguida dice negro porque recuerda el suceso de dos maneras distintas.
-¿Cómo impacta la mirada propia en la escritura?
-Si yo hablará de Qatar 2022 tendría una visión sobre el lado al que voy a ir. No va a ser un libro autobiográfico. Aunque Historia Oral de un Mundial no lo es porque hablo de mil temas donde no intervengo, en el fondo lo es. Ya que cuento algo que me atravesó. Qatar me volvió loco. Fue el primer título que disfruté con mis hijos, lo viví en familia y fue espectacular pero no es mi Mundial. Es el de está generación, no el mío. Entonces, había un compromiso afectivo con el Mundial 78 y con las contradicciones de que se había jugado en la dictadura. Algo de lo que yo no tenía noción a los seis años, al contrario de cuando arranqué a investigar. Para mí era muy importante mostrar las cosas tal cual sucedieron. Sin que se filtren miradas prejuiciosas. Tratar de ver y entender cómo pensaba la gente en ese tiempo. Verlo con sus mismos ojos. Esa fue mi vocación. Buscar el sentido común de esa época.
-¿Qué importancia tienen los testimonios para contar hechos lejanos en el tiempo?
-Los testimonios ayudan a ver puntos de vista, recrear épocas, descubrir anécdotas desconocidas y confrontar relatos, pero pocos tienen precisión histórica. No de mala fe. Ocurre porque son el recuerdo del recuerdo. Lo van modificando sin querer. Entrevisté a 150 personas. Los primeros fueron Ariel Scher y Ezequiel Fernández Moores. Mis referentes. Pensé: «Quiero hacer un trabajo que les guste a estos dos tipos». Fui a pedir consejo. Pregunté cómo lo habían vivido personalmente, sobre su mirada posterior. Me interesaba eso. Ambos me empezaron a pasar contactos que iban conduciendo hacía otros formando una cadena. Generalmente, los mejores son los más generosos. En los primeros testimonios, cuando entrevistaba gente común, especialistas en otros temas, historiadores, filósofos, sociólogos, entre otros, sucedió algo que me desorientó: me costaba encontrar gente que dijera que había salido a festejar. Es más, todos me decían que en el fondo querían que ganará Holanda. Totalmente distinto a lo que creía. Después, fui a buscar a los diarios y salieron 17 de 25 millones de personas a la calle. Con eso descubrí algo que llamo heroísmo retrospectivo, que es cambiar lo que hicieron en el pasado para quedar mejor en el presente.
-¿Y los futbolistas?
-Los jugadores, que se sentían muy maltratados y sin el reconocimiento por su logro, al instante me decían que no tenían nada que ver con los militares. Hablaban de que la política y el fútbol eran dos cosas diferentes. Estaban muy a la defensiva. Enseguida explicaba que a mí no me interesaba eso. Quería que me contaran cómo era marcar al wing izquierdo de Hungría por ejemplo. La charla obviamente avanzaba y era espectacular porque tenían unos cuentos hermosos. Hay muchos que son muy sensibles y terminaban emocionados. Era muy lindo. Cuando vos les preguntabas sobre su carrera, sobre su vida o cómo era la concentración, estaban muy agradecidos.
-¿El documental tiene que ser un reflejo del libro o debe tener una identidad propia?
-En el libro el autor soy yo y en el documental son Tomás Sposato y Lucas Bucci. Son dos obras con lenguajes distintos. En este caso, comparten un espíritu pero podrían no hacerlo. Más allá del tema, el libro y el documental tienen tres o cuatro cosas en común: la vocación por escuchar a todos; a los que tienen algo relevante para decir sobre el tema; el entender que el Mundial no es un hecho único con un solo sentido; que cualquier gran evento deportivo -sobre todo este, que fue en medio de la dictadura- posee muchas dimensiones; y la otra es no cerrar el tema. No es «esta es la verdad y te la tiro por la cabeza». Plantean más preguntas que respuestas. En vez de cerrar, discutámoslo.
-En algún sentido, una reflexión sobre el pasado.
-Pienso que somos una sociedad que nos pasamos mirando para atrás. No está mal. El problema es cómo miramos ese pasado. Lo hacemos con los ojos del presente y tratando de acomodarlo a nuestra conveniencia. Ese es el problema. Hay que verlo honestamente para poder entender. En vez de quedarnos congelados en el ayer, aprendamos de él y no repitamos los errores.
-¿Cómo se jerarquiza qué elementos del libro van en el documental?
-Cuando compran los derechos del libro, pregunto: “¿Qué van a hacer?”. Porque tiene novecientas páginas. Y lo que hacen es lo que dijiste, esa palabra es perfecta, jerarquizar. Eligen, con un lenguaje distinto, saltar tiempos mediante la elipsis y la síntesis. No tienen tiempo para contar todo. Tengo un capítulo sobre Maradona. Ellos hicieron 10 minutos sobre su salida del Mundial. Pero les paraba la historia. Mucho tuvieron que dejar afuera para que ganara el mensaje principal que es todo esto que aprendemos.
-¿En algún momento te enroscaste con algún dato que no podías corroborar? ¿Cómo lo resolviste?
-Una vez, nos pidieron desde Deportea, a 10 o 12 personas, que escribieran un consejo para sus alumnos. En mi caso, aconsejé que no confíen en Google. Que lo usen de guía y como punto de partida pero que vayan a los archivos. Yo me sumergí en lo que tuve. Más que un dato, me costaron cosas grandes y chiquitas. Por ejemplo: cómo se escribía Bracuto, presidente de Huracán en el 73 que nombra el interventor de la AFA y que después es el presidente de la misma. La FIFA exigía que tuvieran uno. Sino no se podía jugar el Mundial. Nadie me explicaba si se escribía con una t o con dos. Una tontería que me volví loco por averiguar. Hay días que me pasé seis horas en la hemeroteca buscando algo y no estaba. Eso significaba que no había pasado. Eso también te dice e implica algo.
-¿Qué diferencia tienen los libros de no ficción con los otros géneros?
-La no ficción tiene una regla que es no inventar. No poner nada que no haya sucedido, que no tenga verificado o que no esté chequeado. Puedo especular y suponer qué pasó con los indicios que poseo. Después, puedo utilizar todos los recursos estilísticos de la ficción. Es más, hay que hacerlo. Y no creo que no tenga una mirada propia. Al contrario. Lo que no debe incluir es prejuicio: el libro no puede estar listo antes de escribirlo. Si me siento a narrar todo lo que ya sé, está muerto de entrada. Realmente sé que pienso de algo cuando me pongo a escribir sobre eso. A veces es mejor que pensar. Hay que dejarse sorprender por la investigación.
-¿Estás conforme con el trabajo realizado?
-Eso es algo clave. Antes trabajaba de abogado y era pésimo porque no lo hacía con pasión. Las cosas se hacen bien con pasión. Eso es otra cosa que comparto con el documental y sus directores. Eso te permite quedarte hasta las tres de la mañana escribiendo u ocho horas en la hemeroteca buscando ese dato que no aparece. Es lo que termina dándole cohesión a toda la obra. La obsesión que te permite no tener tantos agujeros. Eso es parte de la obsesión, pero en gran parte pasión.
-¿Qué consejo le darías a una persona con ganas de narrar algún hecho que lo haya interpelado?
-Que traten de entender cuál era el espíritu de la época. Intenten ponerse en los zapatos de los protagonistas y los periodistas de la época. Hablen con todos los que puedan. Lean la prensa de ese momento. No la de un solo lado, toda. Hay que entender eso para comprender los gestos de los protagonistas. Si estudiás mucho, te das cuenta.
-¿Algunos libros que recomiendes leer?
-Recomiendo: El Partido, de Andrés Burgo. También, de libros de fútbol busquen en la biblioteca La Patria Deportista, de Ariel Scher, y Díganme Ringo, de Ezequiel Fernández Moores, una gran biografía. Open, de Andre Agassi, que es para mí la gran inmersión en la mente de un deportista de élite en alta competencia de la literatura. Nadie mostró la cabeza de un deportista como ese libro.