Por Héctor Corti (*)
Roberto Santoro formó parte de una generación de periodistas que transitó el mundo “antes de Intenet”, cuando el neologismo “googlear” estaba fuera de la imaginación hasta para un escritor de ciencia ficción, y la única manera de buscar información pasaba por dedicar un buen tiempo a revisar ejemplares de diarios, revistas, libros viejos y sobres con recortes de personajes o temáticos.
Era de los que habitualmente recorrían archivos, bibliotecas y hemerotecas para investigar, encontrar historias y antecedentes que les permitieran rellenar baches de la memoria, confirmar datos o contextualizar un trabajo periodístico.
Integró el grupo casi extinguido de los “acumuladores de papeles”. Cultores de la lectura de todo lo que se les cruce, que recortan prolijamente lo interesante o importante y lo guardan con una mayor o menor sistematización porque “en algún momento lo pueden necesitar”. Pero, sobre todo, porque valoran la información, el documento, la nota periodística bien escrita, la investigación de calidad.
Literatura de la Pelota es la prueba irrefutable de su pertenencia a ese grupo. Santoro, en esa suerte de introducción que tituló “El fútbol, el fóbal o la pelota”, señala: “… en el camino quedaron los muchos años en los que poco a poco se fueron juntando las palabras de los escritores que aquí dejan testimonio del fútbol. Y atrás quedaron las tardes en las librerías y en la AFA y en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional y las fotocopias y los microfilms …”.
No lo conocí físicamente, pero esta extraordinaria, dedicada e invalorable recopilación que, como el mismo define, es “casi un milagro juntar en el mismo equipo a Gagliardi con Pichón Riviere, a Last Reason con Mujica Láinez, a Murena con Iván Diez, a Sebreli con Centeya, a Mondiola con Romero Brest”, fue el inicio de una admiración que se profundizó con la lectura de su poesía social y los testimonios respecto a su compromiso político.
Será por eso que, allá lejos y hace tiempo, apareció Roberto Santoro como respuesta inmediata a la saludable propuesta que los directores de la Escuela hicieron para elegir un nombre al Archivo de Tea y DeporTea. Fue así de simple. Por unanimidad. Con acuerdo absoluto. Sin discusión.
Alguna vez hasta lo imaginé sentado en la sala de lectura metido entre diarios y revistas, revisando libros, investigando, buscando el dato desconocido, el cuento o la poesía leída en alguna oportunidad, apenas retenida en la memoria y sin poder precisar dónde fue publicada.
Y para que otra cosa, sino para conservar la memoria, para alimentar a los inquietos, para resolver dudas o para aportar conocimientos a quienes lo requieren sirven los archivos, las hemerotecas y las bibliotecas.
Seguro que él comparte la decisión de que el Archivo de Tea y DeporTea se llame Roberto Santoro. Porque aunque la dictadura cívico militar lo quiso hacer desaparecer el 1 de junio de 1977, todos los días está ahí, mezclado entre las decenas de estudiantes, investigadores y periodistas que nos visitan a diario para investigar, buscar, conocer e informarse. Para realizar trabajos de calidad.
(*) Periodista y narrador. Es uno de los responsables del Archivo Roberto Santoro de TEA y Deportea.