Gianni Minà, que cometió el descuido de morirse en estas horas, fue un periodista fenomenal y un ensayista tan inteligente como para volver más inteligente y mejor a cada persona que leyó su obra. Italiano y universal, sus entrevistas -uno de los tantos géneros en los que brilló-, cronista de lo que fuera y experto en deportes, capaz de explicar que el fútbol es «una máquina de poder», sabía cautivar a la humanidad moviendo sus brazos cortos y su bigote vigoroso. Fue -y será- un maestro del que siempre será posible aprender.
Osvaldo Soriano, en una introducción añadida a su cuento «El hijo de Butch Cassidy», juntó -a lo Soriano- a ese maestro, al gran Mina, con Maradona. Así dice:
«En la concentración de Trigoria, una noche conocí a Diego Maradona. Al comienzo fingí no interesarme en él con el propósito de lastimar su orgullo y ganarme su atención. Entonces, para impresionarme, se puso una naranja sobre la cabeza y la hizo bailar por todas las curvas del cuerpo sin que se cayera ni una sola vez. Por fin la atrapó y sin fijarse en mí le preguntó a su amigo Gianni Minà, que me había llevado con él: ‘Qué tal, ¿cuántas veces la toqué con el brazo?’ Yo estaba embobado. ‘¡Nunca!’, respondimos a coro. Maradona sonrió y dijo con voz de pícaro: ‘Sí, una vez, pero no hay referí en el mundo que pueda verme’. Tenía tanta razón que me fui corriendo al hotel y escribí un cuento sobre el hijo de Butch Cassidy, cowboy, filósofo y árbitro de fútbol».
La impresionante y diversa labor de Minà incluye sus materiales -invariablemente reconocibles- sobre Muhammad Alí, el Che Guevara, el Subcomandante Marcos o Michel Platini. Dirigió el diario Tuttosport, inventó programas televisivos enfocados en el deporte o en lo que sea, presentó con idéntica fluidez a Valeria Lynch o a Ronaldo, construyó labores maravillosas con el catalán Manuel Vázquez Montalbán, fue prologado por Gabriel García Márquez y por Jorge Amado. Y trató a cada individuo anónimo con la misma energía y la misma calidez que a esos nombres plenos de resonancia.
«Políticamente incorrecto», como solía asumirse frente a las comodidad discursivas y laborales de otros colegas, simpático y pasional, Minà existió y trabajó reivindicando al periodismo y a la vida. Todo un crack.