Por Daniel Roncoli (*)
Eran los tiempos del Parnisari Gol y, urgido por rascar una colaboración –entiéndase por un bolo periodístico-, fui a Radio Splendid con el dato que me habían pasado en la Escuela del Círculo de Periodismo Deportivo. Cuando me atendió Raúl Fernández, a quien el relator presentaba en las transmisiones como La Computadora, apreté en mi puño el papel en el que la hermana del famoso locutor Antonio Carrizo, bibliotecaria del Círculo, me anotó la dirección de la emisora: Arenales 1925.
Era una semana de PRODE con partidos de Ascenso y había una chance para que fuera a cubrir el que jugaba Flandria, en Villa Jáuregui. Me recibió con tanta disposición y cordialidad que me animé a decirle lo que me generó la propuesta: «Mire, Raúl, además de estudiar periodismo curso actuación y tengo una muestra de teatro el sábado. Si voy a Flandria no llego para la función que empieza a las 19. Una cosa es trabajo pero en la otra tengo un compromiso con cinco compañeros con los que venimos ensayando hace un mes». Me liberó de la preocupación diciéndome lo que él haría, invitándome a sentir que la determinación no me iba a afectar si en otra ocasión se abría una chance laboral. Luego me preguntó de dónde era y en qué teatro era la muestra.
«Pibe, llegar no llego pero en una de esas te paso a saludar después de la función». Con ese don de gente y sin ningún otro afán que ser lo que era, una persona cordial y preocupada por los otros, para mi alegría y sorpresa, pasó. No solo pasó. Me invitó a tomar un chocolate con churros a La Giralda. Charlamos más de una hora del oficio, del trabajo en estudios centrales, de Herminio Masantonio, de tango y de teatro. Curiosamente, jamás trabajé con él pero mantuvimos a través del tiempo una relación esporádica pero cariñosa. Me fue a ver a varias obras y me visitaba seguido cuando tuve la dicha de trabajar en el Teatro Astral, y a él le gustaba pasar a jugar a las cartas entre las dos funciones del sábado con sus amigos tramoyistas y acomodadores, a los que frecuentaba.
Fue, entre tantas cosas, una figura destacada en el ámbito de las transmisiones deportivas, cuando los partidos de la fecha iban –casi- todos en simultáneo, destacándose como informativista. Le tocaba competir con Juan José Lujambio y Roberto Ayala, dos magníficos colegas que, retirado el Maestro Fioravanti, acompañaban a los relatores más populares, Víctor Hugo Morales y José María Muñoz, lo que le suma méritos. Estuvo a la par de ellos y logró distinguirse sin tener el impulso de audiencia que tenían las máximas figuras del micrófono futbolero, estableciéndose como una prolongación de su forma de ser. Tenía una extraordinaria voz radial, un muy buen sentido del ritmo y transmitió su humanidad otorgándole cercanía y un tono coloquial a los cabezales informativos transformando a las instituciones en sujetos y a los oyentes en contertulios del café sin caer jamás en la vulgaridad. En ese período en que los buscadores no eran si quiera un argumento de ciencia ficción, asumió aquella tarea en el formato artesanal de entonces, que se nutría de la teletipo, los llamados telefónicos, los apuntes, la memoria y la vampirización de las emisoras con más presupuesto para tener en una oreja el audio de su transmisión y en el otro auricular el de una radio competidora de la que debía tomar información por tener aquella algún cronista enviado por encima de los que tenía la organización donde él se desempeñaba.
Sin inconvenientes, dado su oficio y su profesionalismo y la vigencia de su gola no tuvo problemas en adaptarse a los cambios de la radiofonía y también se destacó como co-conductor primero –haciéndole, sin elevar el tono ni sobreactuarse, una eficiente cuña ideológica a Fernando Niembro- y conductor luego del ciclo insignia de los envíos deportivos radiales del mediodía, programa que en su origen se llamó “Las voces del fútbol”.
Cuando se muere un Caballero, las causas nobles y los buenos propósitos parecen sucumbir ante la ordinariez que nos rodea. Revivirlas e inmortalizarlo a Raúl es no interferir en un primer pase entre el sujeto y el predicado, analizar una información que se dice en lugar de recitarla de modo mecánico, alegrarse por el triunfo ocasional de un equipo chico que araña el liderazgo de un torneo y saludarlo como él lo hacía: “¡Hooooola, puntero!”. QEPD Gallego.
(*) Periodista, escritor y actor.