Por Santiago Marino (Docente e investigador en Comunicación)
Messi no es de verdad. Eso cuenta una de las leyendas sobre el mejor jugador de fútbol de la historia. Ese que llegó al nivel imposible: Modo #MaradonaMéxico86 pero todo el tiempo. La rutina de lo extraordinario. Dicen que fue Wayne Rooney. Podría haber sido cualquiera. Incluso cada quien de los millones que lo vimos sólo por TV.
En estos días frenéticos quiso pero no pudo o no supo irse del FC Barcelona. Asistimos otra vez a una escena tradicional: todos hablan de Lionel. Pocos hablan con Leo. Y cerraron con una novedad: él habla en la cancha pero también afuera. Y con otra reiteración: la reacción negativa (”reculó”, “fracasó”) de quienes le piden a Messi aquello de lo que nadie tiene garantías que harían por sí mismos.
Messi es el ¿último? jugador global. El que nos detiene para verlo. Por TV. Reconvirtió a la hermosa Barcelona y se constituyó en un ícono más. El emblema del ejército sin armas de Catalunya, como escribe Ramón Besa. La gema de la industria cultural sincrónica. El generador de millones de abonos, de camisetas, de entradas al museo. Pero también de gambetas y de goles. Eso hay detrás de Messi. El producto global del siglo XXI y la ilusión de jugar. Derechos de transmisión, ropa deportiva y otros negocios son la periferia de su juego. Ahora habrá 10 meses para ver cómo convivirá en ese contexto. Y si habrá un one club man en el siglo XXI. Sin dudas será siempre el jugador global. Nuestro.