En el aula de Gabriela

Periodista impecable, maestra de las maestras, generadora de sueños y de saberes en TEA, Gabriela Bruzos murió el 24 de febrero.

Por Ezequiel Scher

En silencio. Las cejas apretadas. Un tranco cortito que no necesitaba de gran tamaño para exponer respeto. Puso una caja sobre la mesa. Pidió que sacáramos una hoja. Que la describiéramos. Desde los bancos, adjetivamos y derrochamos datos. Juntó las páginas. Simuló mirarlas. Abrió la caja. Apareció una huella de un pie grabada en yeso. Estrujó el silencio: “Es del Museo de Boca. Son los pies de Riquelme, pero si esto era una cobertura ustedes se lo hubieran perdido por hacer periodismo desde un escritorio”. Gabriela Bruzos, con esa voz tan rasposa que de tan profunda nace de la ternura, adoctrinaba que sin sudor el periodismo no existe. Piernas, cabeza y corazón. Las grandes maestras generan que el alumnado pueda parir las conclusiones. En veinte minutos en TEA, todos sabíamos que ya no seríamos los mismos.

Quise hacerme el simpático al terminar la clase. Cantó retruco.

-Qué grande profe que tiene los pies de Riquelme.

-¿Y usted cómo sabe que son los pies de Riquelme? ¿Y si les mentí?

Gabriela daba misa de las reglas del periodismo. Qué, quién, cuándo, dónde y por qué. Precisión y jerarquización. El primer trabajo fue un informe. Cubrir el vía crucis de avenida de Mayo. Ni una oración. La consigna consistía en recopilar toda la información posible que hubiera ahí. Infinita. Si hacía falta. A mí dios no me importaba y ella me aclaró que tampoco le importaba si a mi dios me importaba. No se trataba de eso. El ejercicio, para siempre, era respetar que la ley de esta profesión son los datos y el laburo es informar. “Yo trabajo en la Para Ti, pero puedo hacer una crítica de cine y será lo mismo”, ubicaba, en cada lección, a quien tuviera delante.

Repartió una sigla a cada uno. Eran organizaciones a las que había que investigar para saber de qué se trataba. A un compañero le tocó la CHA. Lo miró perdido y lo increpó: “¿No tenés idea de qué te tocó? Es la Comunidad Homosexual Argentina. Y si alguno se ríe, se va de mi clase”. Desafiaba a los jactantes y tocaba las fibras de los inseguros. Nos invitó al placer de leer a Rodolfo Walsh. Ante excusas, respondió: “Yo no me puedo hacer cargo de tus inseguridades”. Siempre seria. La risa solo para ridiculizar. Gabriela tenía la generosidad de prepararte para jugar en la Selección. Si el trabajo era una cagada, escribía en tinta roja: “Paupérrimo”. Cómo un cuerpo tan pequeño podía construir tanto respeto. El paradigma de que el miedo te pone alerta. El periodismo no es una joda. Aprendimos que es un acto generoso: informar es democratizar a la sociedad. Hacerlo bien es más revolucionario que opinar una boludez.

Primer año en Tea con ella era recorrer las fórmulas de cada género periodístico. Rehacer y rehacer. “Acá no venís a escribir poesía”, te decía. Sus cuerdas vocales lograban un tono de cagada a pedos especial: la que gesta el desafío. La tuvimos en 2009. Un año en que los medios de comunicación gritaban y sangraban. Murió Raúl Alfonsín. Se sancionó la Ley de Servicios Audiovisuales. Contrapuso la libertad de expresión con la libertad de empresa. Un salame quiso poronguearla y ella lo sentó de un verbo. Le discutí que no era lo mismo escribir en el Granma que en Clarín. Me convenció de que sí. De que podía haber distintas ideologías, pero que el oficio consistía en los datos y en identificar en cada historia si era más importante el dónde o el quién.

La última clase se paró delante de todos. Dejó de retarnos. La voz se le quebró. Lloró. Aclaró que era de alegría porque habíamos sido un gran grupo. Nadie se iría a final. Como en cada lección, su rostro regalaba un aprendizaje más: desafiarnos había sido una manera de querernos. Gabriela Bruzos perteneció a una gloriosa generación de periodistas cultores del endurecerse sin perder la ternura jamás. Se nos fue. Se nos queda. Aprender es tan infinito como los datos. Nadie olvida a quien explicaste. Piernas, corazón y cabeza. Vamos a extrañarte, mucho. Pero que sepas, profe, que nos enseñaste a dudar. Eso es hablar de la libertad.