Por Alejo Iriart (*)
Tuve la posibilidad de charlar varias veces con Juan María Traverso, algunas en la Sociedad Argentina de Volantes, en un programa de televisión en el que yo trabajaba y en algunos autódromos.
Me quedo con la entrevista que le hice en el 2011 cuando trabajaba para la revista Corsa. Fui con el director, Diego Durruty, y un fotógrafo a la casa de Traverso en Ramallo. Un día increíble porque estuvimos en la casa de un hombre que representó la gloria absoluta del automovilismo: un tipo amado, odiado e idolatrado. Había hinchas de Traverso, era un tipo que cortaba tickets indudablemente.
Aquel día recorrimos el museo que todavía no estaba abierto al público. Nos esperó con un asado que hizo una persona que trabajaba con él y estuvimos en el quincho. Miles de anécdotas hay de ese encuentro inolvidable.
Traverso estaba sordo por el tema de los autos, y el ruido que hacían las cotorras en el patio de su casa era impresionante. En un momento, estábamos hablando afuera y con Diego miramos para arriba, Traverso se mató de risa y nos dijo: “¿Las cotorras, no?” Nos contó que una vez se puso los audífonos y, cuando las escuchó, quiso agarrar la escopeta y tirarles. Por eso se los sacó.
También tenía una camioneta vieja de los 90 que se veía muy bien. “¿Ven esa camioneta? Yo creía que estaba linda. Llevaba a la gente a pasear, volvían y me miraban raro. Un día me puse el audífono, subí y hacía ruido por todos lados”, nos dijo el Flaco.
La casa estaba toda decorada con tapas de revistas, fotos y caras hechas por un dibujante, de personas que él consideraba sus ídolos: Nacif Estéfano (otro gran piloto), Juan Pablo II y Alfredo Yabrán, quien fue su consuegro. Los tenía retratados a todos dentro de su casa.
Después, pasé al baño y me encontré con fotos de un tremendo accidente que tuvo en Mar de Ajo y de otro en el TC2000, volcando con el 405. Cuando salí, le pregunté porque estaban las fotos de los accidentes en el baño y me contó que fueron los grandes cagazos de su vida: no había mejor lugar.
Al ser entrevistado, era un interlocutor muy descriptivo, muy locuaz: no se callaba nada, siempre decía lo que pensaba de la manera en la que lo pensaba: No era político ni diplomático: decía las cosas como las pensaba y como le salían.
Era el personaje al que siempre esperabas para la nota sin importar si estaba primero o último. Los periodistas teníamos que ir a buscar a Traverso porque sabíamos que iba a tener algo guardado para decir y que nos iba a servir para tener una buena noticia. Era una persona que contaba muchas anécdotas, en algunos casos probablemente les ponía IVA pero siempre resultaba divertido escucharlo. Las relataba muy bien, era un gran contador de historias.
A su vez, daba entrevistas a cualquiera, no hacía distinciones si el periodista era o no conocido, por la edad ni tampoco diferenciaba entre medios y periodistas. Él no tenía problemas para hablar. Cuando estaba de mal humor, en algún fin de semana de carrera, a lo mejor, por un rato, lo manifestaba, pero después se acercaba de nuevo. Había que saber en qué momento ir a buscarlo o cuándo darle unos minutos. Detalles. Siempre fue predispuesto. siempre fue Traverso.
(*) Periodista especializado en automovilismo. Profesor de Deportea.