Antropólogo y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, investigador del CONICET, Javier Bundio estudia al fútbol desde, entre otras, una dimensión mucho más mencionada que investigada: los hinchas y las hinchadas. Su libro Duelo en las gradas (2011) resulta toda una referencia en el tema. En sus trabajos suena fuerte el concepto de “hinchismo”, clave para entender identidades y cambios de identidades en el fútbol y en la Argentina. A fines del 2018, las indagaciones y los ejercicios reflexivos de Bundio incluyeron al Superclásico y a las conductas del periodismo frente al Superclásico. Era la edad de una mítica final de la Copa Libertadores. Ahora, en días otra vez saturados de Superclásico, vuelve a pensar hinchas, hinchismos, River-Boca y periodismo, en un intercambio con El Equipo.
-Hay un trabajo tuyo titulado «El hinchismo como ideología radical». ¿De qué hablamos cuando hablamos de «hinchismo»?
-En aquel trabajo llamé hinchismo al conjunto de saberes, prácticas, valoraciones y actitudes de los hinchas de fútbol. Me había propuesto comprender la lógica del hinchismo desde los aportes que hizo el lingüista Teun Van Dijk al estudio de la ideología. Y es que el hinchismo, comparte con otros ismos -como el racismo, el machismo, y el etnocentrismo- el carácter de ideología radical, ya que plantea una superioridad del propio grupo por sobre los demás en diferentes escalas morales. Cuando dos hinchadas cantan o dos hinchas rivales discuten de fútbol, la argumentación se vuelve innecesaria, porque lo relevante para ellos es mostrar que “su hinchada” y “su equipo” son los mejores, hasta el punto de recurrir a injurias y burlas discriminatorias, o celebrar la muerte simbólica, pero también real, del otro.
-El periodismo y los medios de comunicación, ¿construyen el hinchismo, reproducen el hinchismo, potencian el hinchismo o acaso hacen todo eso junto?
-El periodismo forma parte del campo futbolístico, es un actor central del espectáculo. Por lo tanto contribuye con relatos, imágenes y narraciones a construir el imaginario futbolero y reproducir, pero también a transformar, al hinchismo. Es decir, si el periodismo es acrítico sobre sus propios relatos sólo puede reproducir la mirada del hincha. Lo que necesitamos es un periodismo reflexivo que contribuya a desarmar las lógicas que le dan soporte a la violencia en el fútbol, tanto verbal como física.
-Trabajaste y publicaste diversos materiales para los Superclásicos que definieron la Copa Libertadores del 2018. ¿Qué singularidades, si es que las hubo, detectaste en el abordaje del periodismo y de los medios de comunicación sobre ese acontecimiento?
-Lo notable de la cobertura de este acontecimiento es que se lo concibió como el “superclásico imposible”, un partido que nunca iba a poder terminar. La necesidad de construir un marco dramático que reflejara la singularidad “histórica”, “única” e “irrepetible” de esta final -usando algunos adjetivos que aparecieron en titulares de ese momento- llevó al abusó de metáforas belicosas que contribuyeron a crear un clima de tensión. Si analizamos cómo se interpretaron, desde los medios de comunicación masivos, los incidentes que llevaron a la suspensión del partido que se iba a jugar en el Monumental, notamos que la hipótesis que primó es que “unos pocos inadaptados violentos le arruinaron la fiesta a muchos”. Creo que esta mirada no ayuda a comprender la complejidad del problema de la violencia en el fútbol, ya que la reduce al problema de las barras, cuando las barras es uno de los tantos factores que posibilitan la violencia en el fútbol. De esta manera, los episodios de violencia se nos presentan como aislados, y se acusa al sospechoso de siempre, y al hacerlo se invisibiliza que la violencia es sistémica en el fútbol argentino, y que hay lógicas y condiciones que la permiten.
-Desde el lugar de investigación y de comprensión al que te llevó tu trabajo académico sobre el fútbol, ¿qué cosas advertiste que conocen y qué cosas no conocen, en líneas generales, quienes hacen periodismo deportivo sobre hinchadas, rivalidades e identidades?
-Creo que el periodismo deportivo muchas veces oscila entre la exaltación de la cultura del aguante (como algo único del espectáculo futbolero argentino) y la sanción moral a los inadaptados violentos. Veo una contradicción ahí, ya que es la misma cultura del aguante la que legitima y posibilita la violencia. El problema aquí no es de los periodistas, que conocen de primera mano lo que sucede en los estadios a diario, sino de la manera en que se venden las noticias y cómo se construyen los relatos. Los incidentes en la primera división reciben mucha atención, pero no ocurre lo mismo en el ascenso. También los medios se hacen eco de los episodios de enfrentamientos entre barras, pero invisibilizan la violencia cotidiana que vemos en cada partido. Por eso me gusta hablar de violencias invisibilizadas. Por ejemplo ¿es violencia que la policía maltrate a los hinchas en los cacheos de ingreso al estadio? ¿Es violencia que un plateísta le arroje un encendedor a un jugador? ¿O que le grite “negro de mierda”? Cuando afinamos la mirada nos damos cuenta de que hay más violencias que las que salen en los medios. Debemos dejar de pensar que la violencia es producto sólo de las barras o de un grupo de inadaptados y comenzar a verla como un problema sistémico del fútbol argentino.
-En 1925, Boca emprendió su famosa gira a Europa y, entre quienes despedían a los jugadores, había una delegación de River con bandera y todo. ¿Por qué eso era posible y por qué hoy no lo es?
-En aquel momento, cuando a un club le tocaba disputar un partido fuera del país, se convertía en un representante de la Argentina antes los ojos del mundo, y los hinchas locales lo vivían de esa manera. Si había un partido entre un club local y un club extranjero, los hinchas alentaban por el club argentino, independientemente de su adscripción deportiva. También era un momento donde la cultura del aguante no estaba plenamente configurada y el hinchismo se reducía a arengar a un equipo. Esto cambia paulatinamente a lo largo del siglo XX, cuando las identidades se vuelven progresivamente más locales, y los hinchas comienzan a valorar su identidad barrial y futbolera como algo mucho más importante que las identidades más abarcativas, como las identidades nacionales. Esto tiene que ver con la crisis de los grandes relatos nacionales, que a la vez son correlato de la crisis del Estado Benefactor. En la década del noventa, por ejemplo, el barrio se constituye en un refugio seguro para la identidad frente a las tensiones provocadas por la globalización y el auge del neoliberalismo. He escuchado a muchos hinchas, entonces y ahora, decir que la Selección Nacional no les interesa, y que prefieren ganar una Libertadores con su club que ganar la Copa del Mundo. En definitiva, creo que no sería posible hoy que una delegación de River fuera a despedir a Boca porque las identidades futboleras son muy fuertes, las relaciones entre los grupos son mucho más radicales, y porque la lógica del hinchismo encontraría este hecho repudiable, de acuerdo a sus propios códigos.
-Vos estudiaste los cantitos en el fútbol y registraste en la Argentina una mutación en el modo de cantar -y, en consecuencia, en el modo de afirmar la identidad de hincha- en las décadas del setenta y del ochenta. ¿Por qué ocurrió ese cambio?
-Sostuve que el aliento argentino cambió drásticamente a partir de los ochenta, si comparamos con periodos anteriores. Aunque convendría hablar de procesos más largos, ya que encontramos evidencias de estos cambios ya en los setenta. Y estos cambios tienen que ver con las maneras de representar al otro en el discurso. Algunos nuevos rasgos de los cantos que aparecen en esta época son la celebración de la muerte del rival, de la violencia y del consumo de bebidas alcohólicas y drogas; los insultos homofóbicos, xenófobos y racistas; la celebración de la propia hinchada, que se vuelve un sujeto mucho más presente en el discurso que el propio club; y la cultura del aguante. No tenemos certezas de las razones de este cambio pero sí algunas hipótesis. Junto a otros colegas, creemos estos cambios tienen que ver, en primer lugar, con el contexto sociocultural más amplio, definido por la violencia institucional de la última dictadura cívico-militar. En un contexto donde la muerte del otro se vuelve algo real y cotidiano, la muerte del rival deportivo se vuelve también algo posible. No sólo la muerte de un hincha a manos de otros hinchas, sino también la muerte a manos de la policía. Recordemos que el accionar policial es uno de los tres factores que explican la mayor parte de las muertes en el fútbol argentino, junto con las deficiencias infraestructurales y la violencia entre simpatizantes. En segundo lugar, tenemos que considerar a la progresiva organización de la hinchada militante y su relación con los procesos de industrialización del fútbol, lo que va a señalar el surgimiento de las barras bravas, y la configuración en este periodo de la cultura del aguante.
-Comienzo de un texto tuyo en facebook el 30 de noviembre del 208, o sea en medio de la Argentina vuelta Superclásico como final de la Copa Libertadores: «Los dirigentes de Boca y River actuaron más como hinchas que como dirigentes y contribuyeron a que nos roben el Superclásico argentino». ¿En qué consiste ese proceder? ¿Por qué actúan así?
-Me refería a que los dirigentes privilegiaron la lógica del hinchismo por sobre la responsabilidad de la acción dirigencial. El hinchismo tiene tres aspectos que son centrales: el partisanismo (la defensa a ultranza del propio grupo y la negación del otro como un igual), la sospecha (de las trampas del otro, sobre todo si es poderoso o tiene una injerencia supuesta en la AFA o la CONMEBOL) y la vendetta (ojo por ojo, diente por diente; que en este caso se manifestó como “Boca tiene que ganar por escritorio porque River ganó por escritorio en 2015”). Los dirigentes no buscaron un diálogo razonable, sino que ambos impusieron condiciones que el otro nunca podría aceptar, sin ponerse a sí mismo en la posición de “cagón”, según la lógica del hinchismo.
-¿Imaginás un escenario distinto o, para decirlo de otra manera, un modo de ser hincha en el que no sea dominante «el hinchismo como ideología radical»? ¿Qué debería suceder para que un eventual cambio fuera posible?
-Podemos cambiar los modos de ser hincha, sin ninguna duda. No nacemos hinchas, sino que aprendemos a serlo. Por eso, el hincha debe ser un actor central en el proceso de transformación del hinchismo. Al hincha muchas veces se lo presenta como un sujeto irreflexivo, pasional, peligroso, incapaz de escapar a su esencia. Sin embargo, todas las propuestas que plantean la necesidad de cambiar al aliento argentino, comprender las razones de la violencia y trabajar en su transformación, surgen de las organizaciones de hinchas, como la Coordinadora de Hinchas, Hinchadas Antifascistas y las sub-comisiones de hinchas. Es fundamental, no sólo que el Estado esté presente con una política seria, sino también que se incluya al hincha como una actor central capaz de transformar sus propias prácticas. Necesitamos a un hincha informado, reflexivo y que se haga responsable de sus acciones en los estadios porque al aliento lo construimos entre todos.
-Hace pocos años, tus trabajos y los de colegas tuyos sobre fútbol fueron minimizados o banalizados desde discursos oficiales en los que se planteaba que no debía haber inversión («gasto» decían esos señalamientos) pública en estudios sobre el tema, prejuzgando como si se tratara de una cuestión menor o insustancial. Además de otras dimensiones de análisis que surgen de aquellas expresiones, ¿pensás que minimizar los estudios sobre fútbol supone creer que en el fútbol «las cosas son así porque son así» o, en otros términos, que «Boca y River se odian porque sí, porque se odian»?
-Esos discursos se dieron en el marco de fuertes recortes presupuestarios en ciencia, y formaron parte de un claro intento de desprestigiar a los investigadores para justificar la reducción de gastos. Los argumentos esgrimidos entonces reprodujeron viejas ideas conservadoras, como “las ciencias sociales no son verdaderas ciencias”, y “las culturas populares no son objetos dignos de estudio”. Otros argumentos fueron más específicos, y sostuvieron que «la violencia en el fútbol es a causa de las barras» y «nadie quiere erradicar la violencia porque es un negocio para muchos». Si aceptamos estos puntos ¿entonces qué opciones tenemos? Aceptar estos argumentos es claudicar ante la idea de que no podemos cambiar nada. Negar la investigación sobre violencia y discriminación en el fútbol, no hace otra cosa que perpetuar el problema. Necesitamos que los distintos actores que conforman el campo futbolístico comprendan que la violencia no es patrimonio de los barras, sino que existen múltiples condiciones que posibilitan distintos tipos de violencia. Sobre este tema, los estudios sociales del deporte tienen mucho para decir.