Juan Branz es licenciado en Comunicación Social, doctor en Comunicación, docente en la Universidad de La Plata e investigador del CONICET. Fue futbolista profesional y no por casualidad su tarea en las ciencias sociales tiene lazos fuertes con el deporte. Publicó el libro Machos de verdad. Masculinidades, deporte y clase (2018), en el que hace foco en el rugby en la Argentina. Acaso eso explica que haya sido consultado repetidamente luego del crimen de Fernando Báez Sosa, atacado por un grupo de jugadores jóvenes de rugby. Sobre el abordaje comunicacional de ese asesinato y sobre estigmas y realidades en torno del deporte es que conversó con El Equipo.
– ¿Hay una estigmatización de los rugbiers y del rugby en el tratamiento del crimen de Fernando Báez Sosa en los medios?
-Creo que no. Sí, tal vez, una marcada y excesiva enunciación centrada en la deportivización de los jóvenes que participaron de la golpiza de Fernando. Que se los categorice como “rugbiers” no es un invento de los medios. Es una circularidad entre públicos y productores de noticias. Lo que sí nos permite apreciar este fenómeno es el giro del tono en la noticia: hay cuestionamientos a ciertas prácticas abusivas de las clases dominantes. Eso no es estigmatizar.
-Ensanchando tu respuesta anterior, ¿qué justifica y que no justifica que los acusados del asesinato de Fernando sean presentados en los medios como «rugbiers»?
-Me parece que sólo decir “rugbiers” no explica nada. Pero tal vez sirva para explicar todo. Es como decir que nuestros problemas de la vida cotidiana son culpa del capitalismo. ¡Claro! Es cierto. Explica todo, pero se pierde la especificidad de los problemas. Creo que explicar y desarmar trayectorias de jóvenes que juegan al rugby en Argentina, ante un episodio como el de Fernando, esclarece. El rugby es uno de los –principales- espacios de socialización y sociabilidad. Explicar eso, es central. Entendemos la relación entre círculos de dominancia y clase social. Con todo lo que eso implica. No es menor.
-En tu libro Machos de verdad y a partir de un largo trabajo de campo, exponés ciertos rasgos dominantes en la edificación de la masculinidad en el rugby en la Argentina. ¿Cuáles de esos rasgos conectan más con este crimen?
-Creo que debemos detenernos y pensar en qué es un proyecto hegemónico en Argentina. Y cuál, su dimensión cultural. Dentro de esa dimensión, el rugby es uno de los espacios de distinción cultural que los varones de clases dominantes construyen para diferenciarse. Pero, sobre todo, para delimitar espacios exclusivos y excluyentes. Integramos sociedades jerárquicas y jerarquizadas, injustas, poco plurales. La relación entre la dimensión cultural de un proyecto hegemónico, de larga data en Argentina, se hace cuerpo, se vuelve carne y está estrechamente ligada a la aspiración y a la participación en espacios de poder. El rugby es uno de ellos en la esfera del ocio y del deporte. Todo esto no es abstracto: hay sujetos y relaciones entre sujetos. De ahí que medien variados tipos de violencias. Porque las violencias también edifican esa condición de dominación. A Fernando le tocó morir. Con esto no generalizo. Pero lo que vimos es una violencia legítima y legitimada hacia dentro del grupo.
-¿Cómo explicás que un arco no menor de las figuras del rugby no se expresara públicamente sobre el tema y no fuera consultada para expresarse sobre el tema?
-Me parece que se explica más la idea de cofradía, y de corporativismo. En esa construcción socio-mediática se ha cuestionado mucho al campo del rugby y las prácticas que vimos (que no son aisladas, son recurrentes: ese es un dato sociológico). El silencio, la omisión o las breves intervenciones de ciertos actores muestran una reacción de defensa a esas críticas a las prácticas abusivas que hablaba más arriba. Reflexionar como colectivo implicaría desarmar una lógica estructural, que no sé si, en tendencia, los actores del campo del rugby están dispuesto. Esto forma parte de otro nudo informativo en la construcción de la noticia: actores del campo que responden a los cuestionamientos. Creo que no hay muchas herramientas argumentativas (por el desborde que generó del fenómeno: asesinaron a un pibe) más que alguna que esté a mano como distanciar a ese grupo de diez, y validar “los verdaderos valores del rugby”. Ojalá haya un ejercicio de reflexividad. Por Fernando, para que no ocurra más, y para que el rugby se democratice en términos de accesos.
-Escribió Jorge Búsico en La Nación: «Se armaron bandos de ‘rugbiers asesinos’ versus ‘el rugby no tiene nada que ver’ o ‘chetos’ versus ‘Nueva Zelanda tiene bajo índice de criminalidad porque la mayoría juega al rugby’ (acompañado del también increíble ‘a ver si se entiende’). Quedar atrapado en ese escenario repleto de estigmatizaciones es lo peor que se puede hacer desde el rugby». ¿Cómo ves ese escenario y por qué creés que queda modelado de esta manera?
-Coincido. Discutir si son “buenos” o “malos”, no agrega nada profundo. Sí, exponer de qué hablamos cuando hablamos de rugby en Argentina. En sus clivajes de género, clase, etario y étnico. Eso sí. La modelación de ese binarismo, otra vez, responde a la lógica mercantil de ciertos medios de comunicación: la violencia vuelta noticia es muy eficaz y muy rentable y, por supuesto a ciertos discursos de sentidos comunes, discursos que parecen incuestionables, que están cristalizados.
-Escribió la jugadora Xoana Sosa en La Garganta Poderosa: «No es el rugby, es el patriarcado». ¿Cuál es tu mirada de esa síntesis?
-Lo que indicaba antes sobre el capitalismo lo repito acá. Por supuesto es el patriarcado. Pero a eso hay que agregarle el análisis de las particularidades de cada espacio, y la relación que los sujetos contextualmente mantienen en esos espacios. Si no, nos perdemos la especificidad de cada campo y entonces todo se explicaría por el patriarcado, el capitalismo, el neoliberalismo, etcétera, etcétera.
-Escribió Mercedes Funes en Clarín: «Entre tanto horror, impresiona también ahora pensar en esa muerte registrada para las redes: chicos que pasan y miran, que siguen caminando como si una pelea brutal -mortal- a la salida del boliche fuera parte del paisaje urbano, policías que no intervienen, un grupo que charla y cada tanto mira de costado a ver cómo sigue, y alguien que, en vez de desesperarse por romper el scrum que rodea a un chico indefenso y moribundo como si fuera una cosa -algo que van a patear hasta que no se mueva, arengándose para matarlo como si estuvieran por gritar un try-, filma a distancia para que después esa muerte se vuelva viral». Más acá o más allá de tu experiencia como estudioso del rugby, vos sos doctor en Comunicación. ¿Cómo interpretás un cuadro de situación como es?
-La violencia como espectáculo, espectacularizada. Sin la mediación de los grandes soportes tradicionales. Esa idea viró emparentada a nuevos tipos de individualismos. Tanto nos hicieron creer que podemos ser los emprendores de nuestros sueños que podemos producir acontecimiento. El dispotivo móvil y las nuevas formas de individualismo son intrínsecas para este caso. Hay algo que contar, y lo “narro yo”. Luego lo muestro. Eso nos muestra que hubo un contexto que habilitó esas prácticas violentas. Y entonces nos demuestra, una vez más, que la violencia es contextual, que forma parte de un repertorio de acción en un marco determinado. Por lo tanto, no es salvajismo, barbarie o irracionalidad. Tendremos que atender a la relación entre tecnologías, violencias y nuevos tipos de individualismos.
-Fuiste muy consultado por medios de comunicación convencionales y no convencionales en torno de la relación del rugby con el asesinato de Fernando, ¿cuánto y para qué -si es que ocurrió- te consultaron los clubes, las organizaciones y el espacio deportivo en general?
-Hubo incipientes acercamientos. Sí, de organismos de gobierno. Creo que los registros e intereses de la discusión en los clubes y en el Estado son diferentes. En los clubes parece haber un desbordamiento de diferentes situaciones y aún se discute si se debe intervenir o no. El Estado está pensando en las relaciones macro en función de diseñar políticas públicas para niños, niñas y jóvenes.
-Dice un texto tuyo en Anfibia, publicado luego del asesinato en Villa Gesell: «He sido -y soy- puto». Especificás que, en tu caso, no es una definición que elegís desde las relaciones homosexuales y sí a causa de poner en cuestión un paradigma machista, particularmente inherente a las clases sociales dominantes en la Argentina. ¿Qué respuesta tuviste o tenés cuando, como en esa nota, planteás esa autodefinición?
-Es la vieja oposición entre puto-macho que también se construye en otros campos. En el rugby de manera específica como lo expliqué en mi trabajo de investigación. La cuestión fue pensarme ahí, dentro de un campo en donde, de acuerdo a las normas a seguir, me quedaba afuera. Y la etiqueta se volvía inevitable. Nombrar al otro es afirmarse a uno mismo. Hay un juego entre palabras y cuerpos. Ninguno de los varones estamos exentos. A veces etiquetamos, otras somos etiquetados, y en otras observamos el gesto del sometimiento de otro.