Juan y el amor

Por Pablo Lisotto (*)

Juancito Ortelli amaba su Mendoza natal, pero más amaba ir en busca de concretar sueños.
Y entonces, un día decidió viajar a Buenos Aires y estudiar en TEA y Deportea para pulir lo que él ya era: un diamante en bruto.

Su amor por el periodismo y por la música era evidente en cada charla con él. Por eso, no fue casualidad que cuando estaba en segundo año ya fuera colaborador en la Rolling Stone. Tampoco sorprendió que antes de los 30 fuera el director de esa revista, con una pluma envidiable y una pasión contagiosa por el producto, de esas que ya no abundan. Detallista al máximo, el amor que tenía por el periodismo trascendía redacciones y horarios.

En medio de su adaptación a la siempre difícil ciudad de la furia (en sus comienzos vivió en un cuartito minúsculo de una pensión ubicada en Corrientes y Junín, a una cuadra de la escuela), algo (o mejor dicho, alguien) le atravesó el corazón. Él, barbudo, flaco, desalineado, sin un mango y con rastas, quedó embobado con la despampanante belleza de una compañera. Juli era todo lo opuesto: una muñeca que parecía extraída de las películas de princesas de Disney. Pero otra vez prevaleció lo que siempre identificó a Juancito: el amor. ¡La felicidad que tenía ese chico cuando se puso de novio con ella! Parecía flotar de alegría por los pasillos de la escuela.

Volví a cruzármelo varios años después, cuando él como Director de la Rolling y yo como redactor de Deportes del diario La Nación compartimos espacio de trabajo.

Un terrible accidente del cual por suerte pudo recuperarse frustró una idea que teníamos para desarrollar, que mezclaba la música con el deporte. Nos queríamos y admirábamos mucho, y por suerte nos lo decíamos seguido.

Poco después de su regreso a la redacción decidió irse en busca de nuevos horizontes. Entonces ofreció su amor y su pasión a la cultura del hip-hop, dándole visibilidad a toda esa movida y se convirtió en un referente.

Contó Pablo Plotkin en su Instagram: «Trabajaba desde hacía años en un libro monumental sobre la historia del rap en español, una verdadera biblia del movimiento». Ojalá alguien tome la posta y pueda publicarse ese material.

Llegó de Mendoza sin nada. Sin contactos, sin dinero, sin padrinos, sin acomodos. Pero con un talento gigantesco que le permitió abrir todas las puertas que él quiso. Para Juan nada fue imposible.

En mayo de 2024 había fallecido su mamá y eso lo había entristecido mucho. La acompañó todo lo que pudo cuando enfermó.

Juancito nos dejó el primer fin de semana de septiembre, a los 43 años. Una edad absurda para morirse.

Siempre nos quedará su amor.

(*) Periodista, egresado de TEA, trabaja en La Nación