Por Belén Andreozzi (*)
Yo sé que Laura odiaba mis audios largos. No me lo dijo, no la veía escucharme, pero tengo la certeza de que levantaba los ojos con hastío cuando le clavaba mis clásicos 2.15 a los que respondía con un «ok, beso». Porque Laura era de mensajes cortos pero de charlas largas. Tanto charlamos con Laura durante tantos años… En cada puchito furtivo, en cada hora libre, en cada encuentro en el bar, teníamos de todo para contar. Así es que supe tanto de ella. De su pasión por el buen cine, de sus perfumes preferidos, de sus teorías conspirativas de la farándula y el consorcio, de su romance platónico con Raúl Rizzo (?) y de su «hot» fanatismo por Guillermo Vilas.
Hablábamos de las clases que amaba, de lxs alumnxs, de algunas injusticias que le dolían, de sus escapadas a Keen, de las ofertas de Mercado Libre, del país, de cartas astrales y sobre todo, y siempre, de sus adoradxs sobrinxs. Cuando hablaba de ellxs, se le iluminaba la cara bien a lo Laura. Risa de media boca, ojos entreabiertos y una luz brillante que rebotaba en sus manos imparables, imitando con orgullo los abrazos que le tendían los dos niños que llegaron para regalarle vida y alegría.
Porque un poco de Lau se había perdido entre las olas cuando su amiga del alma marplantese un día se fue a dormir y ya no se despertó. Y aunque, ley natural, cuando hace poco su mamá compañera partió, algo de la tensión que la mantenía activa al mil, se relajó.
Cuando me llegó el mensaje de 11 segundos de nuestro amigo Marcelo, que es de los míos y mete promedio de 3 minutos, supe que algo no estaba bien. Un frío me recorrió el cuerpo antes de abrirlo.
No había ningún indicio para pensar este desenlace, ninguno. Pero ayer, a lo hora en que quizás ella cerraba sus ojos para siempre, mi compañera Ceci me pidió firmar unos libros de actas que no tenía sentido firmar ese día. Lo hice y las dos nos reímos afirmando que nos estábamos conviertiendo en el orgullo de Lau, quien siempre andaba persiguiendo profes para que cumplieran con sus obligaciones administrativas. Porque, aunque en ese rato no estuviera, Laura ES TEA.
La cosa es que escuché el peor mensaje y, será que porque tanto que charlamos siempre, que me quedé sin voz. Sin poder hablar, preguntar ni llorar.
Y sigo así. Sin entender. Sin saber qué voy a hacer cuando me acode en el bar, cuando baje a fumar, cuando entre a la escuela y ya no esté.
¿Pero qué importa? Queda todo lo que fue, y vos andá feliz, que allá te esperan con un cafecito de los tuyos, tu amiga y tu mamá para seguir la charla.
Acá, prometo firmar la lista cada mañana y dejarla arriba de tu escritorio como me rogabas. ¡Lo lograste! ¡Te voy a extrañar siempre, amiga!
(*) Docente de TEA