Por Bautista Persa y Lautaro Daniele
Lelia Gándara enfatiza que el lenguaje libra batallas. Y si lo afirma no sólo es porque se trata de un saber que deviene de sus estudios sobre semiología o de su largo recorrido como docente o de su trabajo sobre la literatura. Lo hace, además, porque, en el marco de su desarrollo como investigadoras, más de una vez puso los ojos y los oídos en el fútbol como un fenómeno en el que, entre otras cuestiones, están en disputa sonidos y silencios. Profesora en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER) y en el Profesorado de Letras del Instituto de Enseñanza Superior Nº 2 Mariano Acosta, entre otros espacios, conversó con El Equipo a partir de cómo el universo institucional del deporte se refirió al asesinato de Lucas González y de los posicionamientos ideológicos que implican lo que se dijo y lo que no se dijo.
-¿Por qué una persona y una institución no llaman a algo por su nombre? O, para decirlo en relación con el caso de Lucas González, ¿por qué emplear «muerte» o «fallecimiento» en lugar de decir «crimen» o «asesinato»?
-En la lingüística la pregunta sobre si hay un nombre que corresponda a las cosas por su naturaleza lleva unos 2500 años. No voy a entrar en eso porque sería largo, pero te diría que el lenguaje es trabajo simbólico realizado en el marco de una cultura. El trabajo simbólico, igual que el trabajo manual, transforma el mundo, para bien o para mal. Ponemos en palabras nuestras experiencias del mundo a partir de un imaginario social y también de elecciones individuales que tienen que ver con posicionamientos e ideologías. Si hablamos de la «muerte» o del «fallecimiento» de Lucas González, estamos refiriendo a un hecho en el que participa una sola persona, Lucas, que muere… En cambio, si hablamos del «crimen» o del «asesinato» de Lucas González, estamos planteando el hecho como un evento en el que no solo está Lucas, sino que hay alguien más, el que actúa, el que asesina, el que comete un crimen. Hay una gramática del poder: si hablás de la muerte de Lucas, invisibilizás al causante. El lenguaje no es inocente, libra batallas, aunque a veces no seamos conscientes de eso.
-¿Qué procedimiento es más frecuente: no llamar a las cosas por su nombre para enmascarar una dimensión política-ideológica o no hacerlo por torpeza profesional?
-No creo que sea torpeza profesional, se trata de posicionamientos ideológicos. Lo que sí puede suceder es que un comunicador no tenga conciencia de que está reproduciendo determinada ideología. Pero las personas que trabajamos en la educación, en los medios, en la comunicación en general tenemos que ser capaces de acceder a esa mirada, a esa reflexión sobre lo que decimos porque tenemos una responsabilidad. Como dije, no creo en la inocencia de las palabras, ni de los hablantes. Las palabras son formas de acción.
-Tradicionalmente y de manera restringida, al deporte se lo asoció con lo físico, con los cuerpos. Sin embargo, está lleno de sonidos. ¿Cuál interpretás que es el lugar de la palabra en el deporte?
-La palabra produce ese trabajo simbólico sobre el deporte sin el cual sería experiencia pura, sin interpretación. Las formas que se dan a esa experiencia mediante la palabra son múltiples (los periodistas, las conversaciones cotidianas, los cantos de cancha, las pintadas, la publicidad) y no tienen que ver solo con el deporte. Como decía Roberto Da Matta, encontramos «dramatizaciones del mundo social». Por ejemplo, lo podés ver en las metáforas del fútbol en términos de guerra: ataque, defensa, enemigo, etcétera. ¿Podría metaforizarse en otros términos? Tal vez, si la sociedad fuera otra.
-Publicaste un trabajo sobre los cantos de las hinchadas titulado «Las voces del fútbol». Esas «voces del fútbol», ¿llaman por su nombre a algunas de las cosas a las que no siempre el resto del deporte llama por su nombre? En el asesinato de Lucas González, por ejemplo, la hinchada de Defensa y Justicia hizo un canto en el que le puso el nombre certero a lo que había ocurrido.
-En los cantos de cancha hay de todo. Básicamente son voces sociales que aparecen por fuera del espacio institucional y de los medios. Entonces allí surgen voces de resistencia o que desafían al discurso oficial. Cuando la hinchada de Defensa y Justicia grita «Lucas no se murió», está dando una batalla ideológica y política. Y como lingüista te diría que hasta semántica y gramatical.
-¿Y qué más hay en esas voces?
-Aparecen también otras cuestiones, que están habilitadas porque la responsabilidad discursiva queda diluida en la discursividad colectiva. Y en ese contexto surgen los peores cantos racistas, homófobos, xenófobos y demás formas de discriminación y de odio. La pregunta es ¿es solo un cantito? Mi respuesta es que no, que por más que no tengamos un discurso de odio en nuestra vida cotidiana, si ese discurso aparece en la cancha es porque está agazapado, es porque nuestra sociedad es racista, homofóbica, xenófoba y discriminadora. Pero esa carga se visibiliza en situaciones en que no hay un «responsable». La hinchada, lo colectivo actúa como desinhibidor y “autoriza” a decir aquello que no se dice en otro ámbito. De una manera parecida al que amparado en el grupo se vuelve híper violento. Esa violencia está.
-Desde tu campo académico, ¿qué mirada tenés sobre los usos de las palabras en el periodismo deportivo o en algunos sectores del periodismo deportivo?
-No soy especialista en periodismo deportivo, pero puedo observar dos cosas: por un lado la relación de las estructuras del deporte con las estructuras del poder, y por otro lado la mercantilización. Creo que eso se refleja en la manera en que se ponen en palabras los diferentes hechos del deporte: qué se dice, qué se silencia, qué se muestra porque vende.
-En las ciencias sociales en general y en la semiología en particular suele hablarse de «condiciones de producción». ¿Cuáles son las «condiciones de producción» que identificás o reconocés en los discursos que predominan en el fútbol o en el deporte?
-Las condiciones de producción difieren en los diversos tipos de discursos relacionados con el deporte. En la cancha, por ejemplo, tenés esto que te comentaba: un hablante que desde ese semianonimato, desafía al discurso del poder. Pero al mismo tiempo, como no se hace responsable individualmente de lo que dice, muchas veces se suma a un discurso colectivo que puede ser el discurso del odio y la violencia. Y encontrás expresiones que responden al imaginario social de un momento dado. Ese imaginario se va modificando y eso se traduce en cambios que son muy lentos. Algunos insultos, por ejemplo, se modifican a partir de la presencia de las mujeres en las hinchadas y de las luchas del feminismo (de «hijo de puta» a «hijo de yuta», etcétera). También el direccionamiento de la xenofobia puede variar en la medida en que varían los flujos migratorios o se tensan algunas situaciones, etc. Es decir que se ve la incidencia del contexto histórico en el que se produce lo discursivo.
En los medios, las condiciones de producción que se imponen por lo general responden a la lógica mercantil: qué espacio se le da a un club o a un evento, qué se destaca, qué se muestra, qué se calla, etc. Y la lógica del éxito como vara.
-También también trabajaste sobre el graffiti. ¿Es posible que la gente de los clubes empiece a poner en las paredes lo que algunos clubes no ponen en sus comunicados?
-Sí, las paredes son un espacio que ocupan voces que el discurso de los medios o de los clubes dejan afuera. Hay una fuerte expresión de la identidad. Se pudo ver muy intensamente en las pintadas e instalaciones en el barrio de la Paternal en homenaje a Maradona, pintadas muy atravesadas por sentimientos y que están a años luz del uso de la figura del 10 para venderte lo que sea. Y, además, se combinan con reclamos de verdad y justicia. Ahí ves el discurso como acción social, como experiencia cultural diversa representada en el barrio. Después, lo espontáneo y popular es aprovechado por la maquinaria marketinera, pero ese es otro tema.
Rodolfo Walsh llamó a las paredes “la imprenta de los pueblos”. Y es verdad. Es las pareces podés leer lo que no está en los medios.
-¿Pelear por llamar a las cosas por su nombre es una pelea de qué tipo?
La forma en que nos referimos a las cosas y a las experiencias del mundo involucra una pelea ideológica y cultural. Así como desde el feminismo se tomó la frase de George Steiner, “lo que no se nombra no existe”, puedo decir que al nombrar damos existencia de una manera determinada a las cosas: el «gatillo fácil» no tiene nada de fácil, es violencia de la policía, que la mayoría de las veces queda impune.