Por Andrés Mazzeo (*)
El año transcurrido desde la muerte de Diego Armando Maradona no hizo más que confirmar, por si hiciera falta, lo que se sabía desde casi cuatro décadas y media atrás: Maradona vende. Siempre. Maradona crack. Vende. Maradona drogadicto. Vende. Maradona internado. Vende. Maradona resucitado. Vende. Maradona padre múltiple. Vende. Maradona polémico. Vende. Maradona decadente. Vende. Y Maradona muerto también vende. Así en el cielo como cerca del abismo o bajo tierra la ecuación para los medios siempre cierra.
“Yo soy inmenso…y contengo multitudes”, decía Walt Whitman en su Canto a mí mismo como una justificación a sus contradicciones. Y Maradona llevó esa frase al extremo. Inmenso y contradictorio como pocos, todas esas multitudes que contenía eran fascinantes para la industria de la comunicación y para sus consumidores.
Si toda la vida de Maradona estuvo siempre en los medios, también toda su muerte iba a estarlo. Beneficiado y perjudicado por esa permanente vidriera, propiciador y víctima de esa popularidad, ahora sólo le queda este último rol pasivo.
¿Qué Diego era necesario para que después de muerto la industria de la comunicación pudiera seguir vendiendo? Lejanos sus tiempos de gloria futbolera, sin sus opiniones provocadoras, sus ocurrencias y el magnetismo de su imagen, ¿cómo seguir exprimiendo el eco de su figura?
La lógica conmoción y la emoción colectiva por la noticia de su muerte, reflejada en los medios de todo el mundo, fueron poco a poco dejando lugar a otros temas menos sensibles. El habitual “que descanse en paz” ante un muerto es solo una frase vacía ante la posibilidad de seguir lucrando con Maradona.
La industria de la comunicación tenía a mano, y aprovechó y lo sigue haciendo, dos líneas fuertes de acción: el tema médico/jurídico vinculado al posible abandono en los últimos días de Diego y el referido a su herencia.
Los medios tradicionales y las redes sociales en sus diferentes variantes fueron testigos de declaraciones y peleas de sus parejas, sus hijos e hijas, sus hermanas, abogados e integrantes de distintas especialidades médicas que intentaban deslindar sus responsabilidades en la caída final. Hubo personajes que se pasearon por programas de televisión, se filtraron informes médicos, surgieron posibles nuevos hijos. No faltó ningún condimento para el show mediático.
Si bien muchos de su entorno ya tenían una importante exposición desde hace años, algo fundamental había cambiado. Ya no estaba el “gran comunicador”, el que siempre era capaz de brindar la frase concisa que sirviera para un título de diario, una gráfica de televisión, un tweet o para abrir una polémica en un programa de panelistas.
¿Qué hubiera ocurrido si el despegue futbolístico de Diego hubiera ocurrido 40 años después? ¿Hubiera sobrevivido o se hubiera quemado en la hoguera de las redes sociales? ¿Qué hubiera hecho el gran generador de noticias cuando su difusión se hubiera multiplicado en segundos? ¿Qué hubiera subido a su Instagram? ¿Quién hubiera sido su Ibai Llanos? ¿Qué repercusión tendría cada uno de sus hechos?
Diego sigue siendo un inspirador de libros, documentales, series. Así como las canciones de Charly marcan la Argentina de los últimos 50 años también las acciones de Diego acompañaron la marcha del país durante casi todo ese periodo.
Desde poco tiempo después de aquellas primeras imágenes en blanco y negro, con poco más de 10 años, haciendo jueguito y contando sus sueños hasta las finales balbuceante e inestable, y también luego de su muerte, Maradona nunca dejó de ser un imán irresistible para una industria de la comunicación que nunca pierde de vista el objetivo final de obtener beneficios, tanto sea informando como formando o deformando.
(*) Codirector de Estudios de Deportea