Marcelo Rosasco es docente casi desde siempre, periodista desde hace décadas y lector desde que tuvo un libro enfrente. La combinación de todas esas cuestiones que lo forman lo ubica, entre otros sitios, en las aulas de TEA y Deportea para transformar y transformarse con quienes estudian. Uno de sus propósitos también es uno de sus logros: trabaja para entusiasmar en el encanto de una página a generaciones que, efectivamente, terminan encantadas. Desde esa fascinación, por ejemplo, participó en el Homenaje al Fútbol de TEA y Deportea, poniendo la voz para unos versos de Manuel Picón dedicados a Garrincha.
En verano, una etapa durante la que mucha gente se concede el tiempo para los libros o se promete leer un poco más que en el año anterior, reflexiona sobre los lazos personales y sociales con la lectura y sobre el papel imprescindible de la lectura para la construcción de los y las periodistas y del periodismo. De eso conversó con El Equipo:
-Te encontrás con una persona que no conoce el significado de la palabra «leer» o desconoce en qué consiste el acto de leer. ¿Cómo le explicás de qué se trata eso?
-No le explicaría: le leería en voz alta alguno de los maravillosos textos que nos ofrecen la literatura, el ensayo o el periodismo para seducir. Nada forma y completa más al alma y al intelecto que oír y leer palabras escritas desde la convicción. En la lectura imaginamos, aprendemos, nos comunicamos, creamos sentido. Por eso estoy convencido de que la lectura es uno de los más maravillosos ejercicios de seducción que tenemos para con nosotros y con el resto.
-Ahora esa persona te pide que describas qué es un libro. Acaso, inclusive, esa persona haya escuchado que los libros carecen de eficacia: no dan plata, no dan empleo, no dan materialidades clásicas. ¿Cómo hacés para reivindicar al libro?
-El hecho de que ya tome la “forma” de libro es otro maravilloso logro. Tener compactado en un espacio material, aunque ahora con la virtualidad también podemos acceder a ese otro formato, una inmensidad de mensajes es también una más que recomendable tarea para entregarse y dejarse llevar hacia a la antítesis de lo material, a propósito de la pregunta: nada más propio que a través de un libro podamos dejar de lado, aunque más no sea por un momento, todo lo que ciertos mandatos sociales se nos impone. Y en ese camino, no hay plata que alcance para “pagar” ese acto.
-Y ahora la situación es con un periodista y ese periodista te plantea que, por falta de costumbre, o de tiempo o por lo que sea, no lee. ¿Por qué le sugerís o le proponés que lea?
-Eso es lo más complicado…jaja. Lamentablemente, la información, nuestra materia prima, cada vez se nutre menos de la lectura crítica, del análisis y del tempo que se necesita para procesar. Un tempo que parece postergado en función del ruido, la urgencia, el conflicto por el conflicto mismo que imponen los cada vez más poderosos intereses mediáticos. Por eso la tarea de un docente es cada vez más clave: si no logramos que las nuevas generaciones descubran (porque muchos chicos lamentablemente no lo hicieron) el valor de la palabra, impresa o no, aunque más no sea para “aprender”, la comunicación terminará hundida definitivamente en la selva, donde impera la ley del más fuerte.
-¿Cómo se construyó tu historia como lector? ¿Cuándo empezaste a leer y con qué empezaste a leer?
-Desde muy chico, con los diarios y un buen diccionario enciclopédico en el que me refugiaba para aprender. Recuerdo que lo hacía todos los viernes por la noche. Me dejaba llevar por el azar y me detenía en palabras que me resultaba “raras” para aprender sus significados; o en aprender sobre geografía a partir de los mapas. Aún hoy creo que si hubiesen existido todos los dispositivos electrónicos de los que nos valemos hoy, habría hecho lo mismo. Para mí, esas dos o tres horas eran como entrar al templo de una sabiduría. Y con respecto a los diarios, eran mi complemento perfecto luego de escuchar las transmisiones de los partidos a través de la radio los domingos. Ver llegar a mi padre a la noche con la sexta de La Razón (paradojas de la vida, con el tiempo llegué a ser editor de ese diario) para ver las fotos de los partidos que había oído, leer y memorizar las formaciones de los equipos, analizar las tablas de posiciones…guau. Todo eso claramente era más fascinante que todos los juguetes que anduvieran dando vueltas por la casa…jajaja. Sin dudas que a partir de aquellos años empecé a abrazar al periodismo.
-Además de tu tarea docente y de tu formación académica, vos ejerciste y ejercés el periodismo sobre deporte. ¿Qué te dio y que te da la condición de lector a la hora de dedicarte a contar el deporte?
-La inagotable experiencia de conocer las historias maravillosas que tiene y el aprendizaje permanente sobre cómo analizar un hecho desde todas las perspectivas imaginables. Que en pleno siglo XXI sigamos discutiendo matices, que expongamos posturas para muchas veces ni siquiera ponernos de acuerdo al juego no creo que pueda hallarse en cualquier otra disciplina humana. Y algo no menor: que mucha gente de las nuevas generaciones se interese, busque información y la investigue me da la tranquilidad de que incentivar a la lectura deja muchas satisfacciones.
-Desde tu larga experiencia en las aulas, en particular sobre periodismo, ¿qué recursos, qué caminos y qué estrategias proponés para invitar a la lectura a quienes están estudiando periodismo y comunicación?
-Lo que por ahora me ha dado y sigue dando resultados en primer lugar es dejarles en claro a los alumnos y a las alumnas que sin lectura no hay comprensión, ni posibilidades de estrategias sólidas del pensamiento. Muchos y muchas llegan con la expectativa de que cursar una carrera como la de periodismo pasa por alcanzar un título que los habilite a la discusión pública con chapa. Y eso se ve en los medios desde hace tiempo, donde gritar parece más importante que escuchar; o no dejar hablar al otro es sinónimo de convencer. Si no entendemos que hay que escuchar y tomarse un tiempo para responder y todo lo dejamos librado al impulso emocional, no enseñamos y les hacemos perder el tiempo…y el dinero. En cuanto a la estrategia, es más simple de lo que parece: aporto textos desconocidos para los alumnos y alumnas, de escritores y periodistas que marcaron el camino, comparamos lo publicado en medios, analizamos la estructura para ver de qué manera se elige cada palabra en la edición de un texto, casi siempre con una intencionalidad (en este punto es determinante desmitificar mitos como los del periodismo “independiente” y “objetivo” y hacerles entender que no siempre la intencionalidad es “maliciosa”, como muchos incentivan).
-Estás una tarde en tu casa y leés periodismo, escuchás periodismo o ves periodismo. ¿Te das cuenta, al tomar contacto con esos materiales, si los y las periodistas que lo hacen son lectores y lectoras?
-Sin ninguna duda. Siempre que escuchamos o leemos a alguien que nos interese se aprecia en la composición del mensaje y en aspectos que uno, quizá por muchas veces obsesivo en la cuestión, advierte como la elección de las palabras, la capacidad de sintetizar, la música del relato, las pausas, los silencios…. te das cuenta de que en ellos hay una práctica constante y activa de lectura. Por supuesto que también se percibe cuando la situación es inversa. Es muy frustrante oír a colegas con discursos endebles y superficiales, carentes de riqueza en todos los planos. Pero bueno, cambiar eso es también parte de nuestra responsabilidad en los medios y en las aulas.
-Hay una historia prejuiciosa -y quizás esta pregunta forme parte de ese prejuicio- desde la que se desvincula al deporte de la lectura, como si uno fuera sólo la «corporeidad» y la otra fuera sólo la «intelectualidad». ¿Cómo argumentarías para rebatir ese prejuicio?
-Es verdad, sigue existiendo en muchos sectores ese prejuicio. Podría especular con que el universo de las letras siempre fue acaparado por cierta veleidad que hizo que la lectura fuera un campo destinado a la intelectualidad, pero es la realidad la que derriba el prejuicio a partir del compromiso de muchos sectores a priori “postergados” en la materia que asumieron el compromiso de involucrarse para demostrar que tenían y tienen historias ricas para contar, a la misma altura que aquellos “formados” para eso, algo que no hace más que demostrar otra virtud enorme de la lectura: es un universo amplio y democrático al alcance de todos. Por supuesto que en este cambio de perspectiva mucho tuvieron que ver también los avances sociales.
-En los últimos años se expandió visiblemente la cantidad de libros dedicados a cuestiones deportivas. ¿Percibís ahí un buen camino de ingreso a la lectura para la gente a la que le gusta el deporte?
-Más que un buen camino, diría que es imprescindible, precisamente por lo que conté en la respuesta anterior. Si quienes tienen algo para contar vinculado a lo deportivo se animan, ayudarán a romper esas barreras en muchos casos construidas por los prejuicios. Por suerte, los ejemplos sobran con textos maravillosos que a partir de un disparador deportivo enlazan acontecimientos sociales de nuestra historia reciente por la maravillosa pluma de colegas que no tienen nada que envidiarles a otros tantos textos literarios e históricos.
-Convenciste a alguien del valor de la lectura, a alguien que, por ejemplo, es o quiere ser periodista. ¿Te atrevés a sugerirle algunas lecturas indispensables dentro de lo mucho indispensable que hay?
-Vivo convenciendo y hasta ahora creo ir ganando la batalla…jaja, aunque como sostuve a la largo de la entrevista es parte indispensable de nuestra tarea de formadores. Más que convencer, debemos persuadir, seducir. Si ni lo hacemos, temo que defraudemos a quienes confían en nosotros. Autores y textos por suerte sobran y los recomiendo cada vez que puedo. Sé que voy a ser injusto con muchos y muchas a los que o voy a nombrar porque si no, la lista sería interminable, pero no puedo dejar de recomendar El Partido Rojo, de Claudio Gómez, en el que cuenta la cruel interna entre Videla y Menéndez en plena dictadura a raíz del partido en el que Independiente se consagró campeón en Córdoba e 1978, Los desaparecidos de Racing, de Julián Scher, la maravillosa biografía de Corbatta, de Alejandro Wall, el siempre imprescindible Ezequiel Fernandez Moores con sus columnas en La Nación, el gran trabajo sobre Dante Panzeri de Matías Bauso o los textos de Roberto Parrottino en Tiempo Argentino o a Ayelén Pujol, con su extraordinario libro sobre la historia del fútbol femenino, que pone luz a una realidad que estuvo oculta durante décadas. Y así podría seguir enumerando durante horas a muchos otros.