Mauro Amato, el fútbol como puente

Por Julieta García y Ramiro Lacovara

Después de una carrera como futbolista profesional y un paso por las divisiones inferiores de Estudiantes de La Plata como entrenador, Mauro Amato encontró su cancha mayor en un lugar inesperado: un centro de detención juvenil en La Plata. Allí, desde hace un año y medio, lleva adelante el taller “Fútbol y Valores” que combina juego, vínculo y transformación social en contextos de encierro.

La idea surgió por casualidad. Mientras dirigía a la octava división de Estudiantes, Amato recibió la visita de un grupo de jóvenes que transmitían una radio desde el Instituto de Menores Carlos Pellegrini y les hacían entrevistas a los jugadores. El encuentro despertó en él una inquietud nueva. “Me quedé con ganas de saber un poco más de los pibes, del entorno, el contexto, la situación de encierro, como que quería conectar”, cuenta hoy.

Amato se contactó con el coordinador del centro, comenzó a visitar a los chicos, y poco después formalizó una propuesta, crear un taller que, a través del fútbol, trabajara también conceptos de convivencia, respeto y juego colectivo. Así nació “Fútbol y Valores», que se dicta todos los martes y jueves, de 9 a 12, en el Centro Cerrado Francisco Legarra.

-¿Vos vas con ellos y practican?

-Se fue transformando el taller porque no prestan mucha atención demasiado tiempo. Entonces yo también lo fui construyendo con ellos. Al principio bajaban 6 o 7, entonces empezamos a hacer juegos, a hacer estaciones de abdominales, de sentadillas, más desde ese lugar. Pero después terminamos con un campeonato de fútbol-tenis. Un día la cancha explotó. Ahora bajan siempre en dos grupos porque no pueden salir los 30 o los 28 que van al taller. Es mantener consignas, voy siempre desde la motivación, desde lo positivo y ahí es donde empiezan a conectar entre ellos. Busco involucrarme también desde el corazón, conectar con la persona, no con su condena, no hay prejuicios, conecto realmente con la pureza de la persona y ahí es donde yo creo que está la transformación.

El impacto es tangible. Según Amato, desde que comenzó el taller, la violencia dentro de la cancha de fútbol disminuyó. A través de consignas tácticas simples, pasar la pelota, triangular, jugar en equipo, los chicos le dieron el valor real de jugar, de conectar con el otro cuando pierden el balón, de recuperarla todos juntos y conseguir así premios, transmitiéndoles valores de compañerismo.

“Ofrezco una trenza o una rosca de reyes al mejor gol en equipo. Eso los motiva, y sin que se den cuenta, los hace dar el sentido a compartir la pelota, entender que jugar juntos es más lindo. Ellos mismos ya se corrigen cuando uno quiere hacer todo solo, le dicen ‘¡vamos a los toques!’”, detalla.

Lo que comenzó como una experiencia personal sin medios detrás, a medida que pasó el tiempo fue ganando visibilidad. Lo entrevistaron en radios locales, medios nacionales e internacionales, incluido El País de España y la señal de CNN en español.

No es la primera vez que Amato rompe con el molde del futbolista tradicional. En 1999, jugando para Atlético Tucumán, celebró un gol levantándose la camiseta y mostrando una remera que decía “Aguanten las Madres”, en referencia a las Madres de Plaza de Mayo. La imagen no salió en los diarios al día siguiente.

-En ese momento tu acción social fue por ahí más silenciada, la foto no salió en los medios y a raíz de este proyecto y cómo los medios lo van cubriendo ¿Cómo contarías aquella historia? ¿Qué cambios ves?

-Los cambios son muchos. Es más, con esto de las redes se enteraría muchísima más gente a nivel mundial, y más en el contexto, en ese entonces la provincia la gobernaba (Antonio Domingo Bussi) un genocida. Imagínate que tendría una connotación tremenda, por ahí hoy sería todo un escándalo, por el poder que pueden llegar a tener los jugadores hoy en día.

A raíz de ver a los chicos jugar descalzos o con zapatillas rotas, el taller motivó a Mauro a realizar una colecta para reunir materiales deportivos y ropa para los internos. La convocatoria tuvo una respuesta positiva y es parte del objetivo principal de la acción: una red de valores, respeto y comunidad. Quizás lo más valioso del taller no se pueda medir con goles ni estadísticas, pero está en ese instante en que un adolescente se siente parte de un grupo, en la confianza que se genera cuando alguien lo escucha y en el juego como excusa para acompañar.

A pesar de que el taller empezó a tomar visibilidad y algunos medios se hicieron eco de su proyecto en el centro juvenil, a Mauro nunca le preocupó que el foco pudiera desviarse hacia su figura personal. Su prioridad estaba en seguir estimulando este tipo de acciones. “¿Qué voy a hacer? ¿Dejar de dar una nota?”, se pregunta. Si el resultado de esa exposición era que más personas se sumarán, tomaran conciencia o quisieran colaborar, entonces valía la pena. Mauro también notó que hay personas que no se sienten identificadas con la idea de su taller pero entendió que si le daba mucho lugar a esos comentarios terminaba sin hacer nada.

Amato llegó al centro de detención sin contarle a los jóvenes su historia como futbolista. El primer encuentro fue clave, con un par de chistes para romper el hielo, algunos juegos, un partido de fútbol, y luego una charla con los líderes del grupo. Desde ese día, supo que el camino estaba en la confianza. No desde la autoridad ni el juicio, sino desde la conexión humana. Construyó el vínculo desde lo cotidiano, un abrazo, una pregunta por la familia, una risa compartida. Y cuando esa puerta se abre, a veces se asoman palabras que pesan, historias de arrepentimiento, de errores, de segundas oportunidades, encontró un espacio de liberación.

El taller, explica Mauro, no es solo fútbol. El deporte es apenas el vehículo. Lo que importa es el juego, ese espacio lúdico donde pueden encontrarse entre compañeros, pasar un momento de diversión pero también de aprendizaje. Hoy los chicos del Instituto Francisco Legarra esperan toda la semana que llegue el día de ir a jugar a la pelota.