Por Fernando D’Addario (Periodista. Trabaja en la sección Espectáculos de Página/12 )
La tristeza y la conmoción que me provocó la muerte de Omar se potenciaron por el modo en que me enteré: en un grupo de whatsapp integrado mayoritariamente por periodistas, uno tiró: “se murió Omar Lavallén”. Alguien agregó: “Trabajó en DyN muchos años”. “Sí, buen tipo”. “Qué pena”. Y el grupo de whatsapp siguió su dinámica aleatoria, porque había también otras noticias para compartir ese día.
Yo no supe qué decir, qué agregar, porque la noticia disparó un flashback inmediato: me (nos) llevó a la redacción de La Razón a mediados de la década del 80. Me proyectó su voz inconfundible, su tono quejoso y entrañable, y hasta las palabras que siempre repetía, especialmente cuando alguno de nosotros –la banda de pibes que había entrado al diario para trabajar en la 6° edición– se excedía en alguna veleidad tan común en este oficio: “No te olvides de que somos laburantes”. Omar era un pibe más (yo tenía 19, él 22) pero a mí se me representaba como el tipo que me marcaba la cancha, como un símbolo de madurez prematura.
Con Lavallén vivimos los estertores de la mítica bohemia periodística, que se vivía adentro y afuera de las redacciones. Ir a tomar algo después de un cierre frenético (nuestro primer trabajo en La Razón consistía en tomar por teléfono el reporte minuto a minuto de los cronistas que estaban en las canchas) era un imperativo que no se negociaba. Porque representaba “horas extras” de un aprendizaje que excedía la formalidad del estudio e inclusive de la práctica misma del oficio. Estábamos aprendiendo a vivir, escuchando a nuestros referentes: el Nene Panno, Carlitos Bonelli, Jorge Búsico, Daniel Aller, Ariel Scher, Daniel Guiñazú, entre otros.
Al resto de los pibes Omar nos sacaba ventaja, porque ya venía con una conciencia gremial y política. Me decía que venir todos los días en el tren Roca desde Berazategui era su único plus, porque vivía la realidad cotidiana más allá de cualquier esfuerzo teórico por interpretarla.
Sufrimos juntos el cierre de La Razón, tras una toma histórica que solidificó los lazos y nos empezó a indicar que estábamos llegando –sin que nos diéramos cuenta- al fin de una época en el periodismo.
Omar escribía fundamentalmente de fútbol, hasta que cuando fuimos convocados para trabajar en el diario Sur, el jefe de Deportes y amigo nuestro, Carlitos Bonelli, le dijo: “Necesitamos que hagas automovilismo, porque tenemos un hueco ahi”. Omar ratificó en los hechos lo que para muchos era solo un atajo retórico: como laburante que era, se calzó el overol, empezó a pedir contactos a otros colegas, se puso a leer libros y revistas del tema, fue a las carreras, habló con los referentes y a las pocas semanas ya era un periodista sólido y confiable en la materia.
Pasarse del fútbol al automovilismo lo liberó, quizás, para exponer más su pasión por Boca, a salvo ya de la pretendida imparcialidad periodística. Pero habría que decir que Omar no fue jamás imparcial. En nada: siempre supo de qué lado había que estar.
Tras la breve experiencia de la revista “El Clásico” nos “separamos” laboralmente. Tanto él como yo iniciamos un sorprendentemente largo período de estabilidad periodística: Omar en DyN y yo en PáginaI12. Los encuentros se espaciaron pero habilitaron la puesta al día de otros gustos en común, como la música (era un gran conocedor del blues, el soul y la música popular latinoamericana) y la literatura. La política siempre estuvo, con la coincidencia en algunos puntos básicos y crecientes discrepancias que jamás alteraron la amistad.
El cierre de DyN fue un golpazo difícil de asimilar. Peor que el de La Razón, porque sucedió 25 años después. Cuando nos juntamos a tomar un café me dijo algo que me dolió: “Yo ya soy un ex periodista”. Pero diez minutos después estaba hablando de un proyecto de programa de radio y de otro proyecto de agencia (IAM) que lo entusiasmaba.
En el último mensaje de whatsapp que intercambiamos atenuó mi escepticismo con estas palabras: “El periodismo siempre va a existir, la pregunta es cómo…Por suerte siempre va a haber pibes que apuesten por ese periodismo que conocimos nosotros”.
Ojalá tengas razón, Omar, una vez más.