Por Un orgulloso amigo de Rodrigo Munilla (*)
Desde el comienzo de su vida el camino de Rodrigo fue cuesta arriba.
La temprana pérdida de su madre, la sensación de abandono al haber quedado a la deriva en la vida siendo un niño del que nadie parecía querer hacerse cargo y las dificultades que tuvo no impidieron que desde chico fuera un soñador.
Para despedir a Rodrigo es necesario hacerlo a través de anécdotas.
Un día, quien suscribe, lo invitó a la casa. Rodrigo no estaba acostumbrado a ese tipo de invitaciones. Y en ese viaje de ida y vuelta, la relación empezó a dejar de ser la de un amigo del laburo. Sus palabras fueron estas: “Amigo yo crecí con muchas dificultades. De chico me abandonaron. Nadie se hacía cargo de mí. Mi diversión y distracción era jugar a la radio. Con figuritas imaginaba que participaba de la transmisión de Víctor Hugo”. Ahí se entendía por qué su devoción por la radio y por Víctor Hugo.
“Me da todo. Vive pendiente de mí”. Ella falleció un jueves a la madrugada de noviembre de 2020 en plena pandemia. El sábado la intención era ir a acompañarlo un rato manteniendo los cuidados y la distancia. Cuando llegué, me dio un tremendo abrazo y no paró de llorar. Pudimos distraernos y, en un momento, me comentó: “Me dejó todo para que yo esté bien, pero se me va a hacer muy difícil”.
Rodrigo, entre tantas virtudes, tenía la de ser demostrativo. Un tipo de 45 años que llamaba o mandaba un audio a sus amigos y les decía “te quiero, amigo, de verdad, eh”. Y no una vez para un cumpleaños o porque alguien pasaba un mal momento. Al que él quería se lo decía. A menudo.
Mucha gente le cerró las puertas del mundo al que siempre soñó pertenecer. Al aire, era un tipo claro, conciso y con la mejor información. Pero con otra gran virtud: consciente de sus dificultades.
En noviembre de 2015 jugaban Argentina – Brasil y él trabajaba en Radio Continental. Fue designado para hacer la cobertura de la información desde el estadio. Mientras la gente, los futbolistas y los periodistas iban llegando al estadio, la lluvia se tornaba más intensa. Comenzó a ponerse en duda la realización del partido. Y Rodrigo empezó a trabajar en torno del rumor de que el partido se posponía para el otro día. Llegó un mensaje de whatsapp de un gerente que nunca lo había escuchado: “Rodrigo Munilla no puede salir al aire. Maneja el tema con altura”. Ante la nula respuesta al gerente, Rodrigo, con miles de contactos -otra virtud-, siguió al aire y terminó cara a cara con el árbitro del partido que le dio la primicia de que el partido se suspendía. Al aire. Y solo a él. Poco le importó al gerente que llamó e insistió: “Cada vez que lo escucho me duele la panza”. Víctor Hugo se enteró de esta situación y decidió que la apertura de su programa «La Mañana», al día siguiente, constituyera un resumen del trabajo de Rodrigo, con su primicia y todo lo que había hecho.
Para él, era un lujo pertenecer. Estar en los medios lo llenaba. Vivir de eso que lo apasionaba era lo que siempre soñó. Y lo hacía con la misma pasión en una transmisión partidaria que en un Boca-River con Víctor Hugo.
Se fue en un momento en el que había logrado mucho de lo que buscaba profesionalmente. Estaba en Deportv haciendo transmisiones del Ascenso, en Radio Nacional participando en los partidos junto a Víctor Hugo, en Del Plata con Néstor Centra y su equipo, sin dejar de lado la decena de lugares en los que colaboraba, muchos ad honorem.
Toda persona que pasó cerca de Rodrigo se encariñó, lo entendió y no necesitó explicaciones. Y de esa manera se explica la enorme cantidad de mensajes despidiendo a un gran profesional pero mejor persona.
Nadie encuentra consuelo ante la partida de alguien así a los 45 años.
Sin duda el mundo es un lugar mucho más injusto y triste sin la presencia de Rodrigo. Probablemente el mundo que merecemos con estos gerentes.
(*) Una de las tantísimas personas que disfrutó de la amistad de Rodrigo Munilla hizo llegar este texto a El Equipo. Decidió firmar como eso mismo, con el nombre de la amistad.