«Viendo la cancha llena, comprando El Gráfico con su ídolo en la tapa», dice un párrafo de «El cuadro del Raulito», cuento hermoso del escritor Eduardo Sacheri, alguien que se dio el triple gusto de ser lector, entrevistado y columnista de la revista a la que refiere precisamente ese párrafo. Tres de sus libros -«Aviones en el cielo», «Las llaves del reino» y «El fútbol, de la mano»- reúnen textos suyos aparecidos originalmente en la mítica publicación. Como historiador y como narrador, Sacheri reflexiona sobre presencias y ausencias de El Gráfico en la historia cultural y deportiva de la Argentina.
-Si dentro de unos años te tocara explicarle a alguien que está naciendo en estos días qué fue El Gráfico en la historia social y cultural de la Argentina, ¿qué le dirías o por dónde empezarías?
-Creo que El Gráfico acompañó desde sus orígenes la formación de una verdadera cultura de masas en Argentina. Pero una cultura de masas en el mejor de los sentidos, cuando toda una sociedad alcanzó la alfabetización y la posibilidad de consumir deporte como un objeto cultural además de como una práctica a partir de su alfabetización masiva. En ese sentido fue un estupendo reflejo de una Argentina que durante el siglo veinte intentó caminar en una dirección determinada, de consolidarse como una sociedad moderna más allá de los resultados de largo plazo, de que ese sueño se haya cumplido o no.
-Como escritor que sos y como lector de El Gráfico que fuiste, ¿qué rasgos narrativos o qué características de estilo narrativo te impactaron más o recordás más en El Gráfico?
-Sobre todo en las últimas décadas, era muy importante disponer de un medio escrito que se tomara el tiempo de reflexionar sobre el deporte. En un medio donde lo que manda es la lectura, el tiempo de la lectura y el tiempo del lector, me parece que el lector impone el tiempo del mensaje mientras que en los medios audiovisuales es el mensaje el que se le impone al receptor con sus tiempos, con sus ritmos y con su cadencia. El Gráfico representaba una pausa que conducía a un análisis, a la complejidad.
-¿Qué significó para vos escribir en esa revista?
-Escribir en El Gráfico fue un lujo. De hecho primero me entrevistaron y ya eso fue un lujo, sentir que ese medio que mi papá me había enseñado a ir desovillando y mirando de repente incluyera una entrevista que me hicieran, fue un privilegio fenomenal. La libertad que me dieron Elías Perugino y Diego Borinsky para escribir lo que quisiese, sobre lo que quisiese, en la extensión que se me cantase, es decir, una libertad que los periodistas no tienen, fue un mimo muy especial para alguien que no es periodista, como para animarlo e introducirlo. Para mí fue un privilegio. Lo único que lamento es que haya terminado no mi participación, sino que haya terminado El Gráfico.
-En estas horas en las que El Gráfico hubiera cumplido un siglo hubo muchas expresiones lamentando el vacío que provoca su ausencia. ¿Qué significa esa pérdida?, ¿qué perdimos al perder a la revista El Gráfico?
-Me parece que El Gráfico sumó no sólo grandes plumas sino que erosionó o venció ese prejuicio de que un objeto cultural de masas, como podía ser una revista y encima vinculada con el mundo de los deportes, podía además estar muy bien escrita, albergar a escritores que reflexionaran con mucha profundidad y se expresaran con mucha belleza. La comunicación visual que planteó El Grafico, el propio nombre, habla de un interés por un matrimonio feliz entre la comunicación verbal y la comunicación visual de algo tan plástico como es el deporte. Fue eso: un matrimonio feliz entre dos formas de comunicación estupendamente bien llevadas.
-A gusto o a disgusto tuyo, ¿qué ocupa hoy -en el periodismo o fuera del periodismo- el lugar social que en otras décadas le pertenecía a El Gráfico y, en especial, a la tapa de El Gráfico?
-El reinado de lo televisivo manda en el mundo del análisis del deporte y tenemos ahí una pauperización del sentido. La televisión podría ser un sinnúmero de cosas pero lo que está eligiendo hacer es una mirada farandulera, superficial, chabacana, maniquea, mercantilizada, del deporte en general. Quedan pocos espacios para otras maneras de aproximarse, que elijan la complejidad, la demora en el mejor de los sentidos y la ambivalencia en el análisis, también en el mejor de los sentidos. Vivimos en una era de los zócalos televisivos. Y si hay algo que no son los zócalos es ser complejos. Pensar en la tapa de El Gráfico reemplazada por un zócalo de fondo rojo y grandes letras chillonas me parece que es una perdida grande.