El periodista entrevistó a Maradona por primera vez en noviembre de 1976. Luego, a través de las décadas, vinieron mil historias que acá relata:
«Tengo la biografía completa de Diego Maradona. Completa porque lo conocí cuando yo era más que él, increíblemente. Cuando le hice aquella primera nota que se tituló ‘Un sueño de barrilete’, él era un muchacho que recién debutaba en la primera de Argentinos Juniors. Tenía una habilidad increíble. Me había sorprendido en un preliminar de la selección contra Perú. Él y otro chico, Luna. Y desde ese momento tuve la idea de hacerle una nota. Justo a la semana siguiente debutó en Primera. Jugó cuatro medios partidos, y después de uno en Mar del Plata que ganó jugando todo el segundo tiempo frente a San Lorenzo de Mar del Plata. Hizo dos goles. Le hice la nota en Comunicaciones. Era un muchacho de 16 años recién cumplidos. Era nada más que un cúmulo de sueños. En esa nota me dijo que contaba los caños que hacía. Que le había hecho un caño a Cabrera y otro a Gallego, pero que Gallego después se lo devolvió. Le dije: ‘¿Vos contás los caños, nene?’, a lo que respondió: ‘¿Sí, sí. Primero los goles, y después los caños’.
Era un tipo muy de barrio. Recién le habían dado la casa en La Paternal, esa ubicada en Lascano 2257. Yo lo llevé con mi Fiat 600. Y cuando llegamos a la casa, estaban los dos hermanitos jugando en la calle y me dijo: ‘Los tres vamos a jugar en la primera de Boca’. Y yo le dije: “Vos vas a ser figura del fútbol mundial y un día me vas a negar una nota a mí’. Bueno, ese era el primer Maradona, con el que tuve una excelente relación. Ese año le hice cuatro o cinco notas. Era un Maradona que iba creciendo de forma vertiginosa. Y yo digo que, como no vi todos los partidos que jugó en Barcelona ni todos los que jugó en Napoli, el mejor Maradona fue el de Argentinos Juniors. Porque era el que recién se descubría, y el que todavía no había llegado a la droga. Era un pibe familiero. Nosotros hicimos una nota con Don Victorio Spinetto y él. ¿Qué le dice Spinetto a Maradona? Spinetto era el técnico de Argentinos. Un hombre grande, de carácter fuerte. Y le hicimos la nota, y vino Jorge Cysterszpiler con ellos. Y yo le dije: ¿¿Quién es este pibe?’. ‘Mi amigo’, contestó Diego. A los 10 o 15 días vinieron los dos al diario a buscarme para decirme que a partir de ese momento, Jorge iba a ser su representante, que tenía uno o dos años más que Diego (es decir, 16 y 18). Así que desde ese momento, se transformó en quien ejercía ese rol.
El día en el que jugó un tiempo para cada lado, cuando hicieron el partido en Boca para que se hiciera el pase desde Argentinos, yo lo acompañé de vestuario a vestuario en el entretiempo. No podía ni caminar. Pero Diego siempre jugaba: lo que más amaba en la vida era jugar a la pelota. Eso está a la vista. Con esas piruetas que hacía en los entretiempos de los partidos de Argentinos. Y después empezó la otra historia: cuando se fue a Barcelona empezó la historia del jugador famoso. De la persona más conocida del mundo porque no es sólo que Diego fue el mejor jugador del mundo en su tiempo. Fue la persona más conocida del mundo a partir del Mundial 86 y yo lo comprobé en todos los lugares en los que viví. Lo conocí de pibe, asistí a su cumpleaños de 17, en la casa de Lascano, y al de 18 en la quinta de Moreno, donde fuimos con Pedrito Urquiza, periodista y compañero nuestro. Recuerdo que le regalamos un tapiz. En aquel momento, hacerle notas era buenísimo. Él me tomaba como periodista amigo. Tenía confianza en mí. Tanto es así que cuando se peleó con Cysterszpiler, por cuestiones de plata y no sé qué más, Jorge vino a verme para que yo hiciera de mediador entre los dos. Me dijo: ‘Vos nos conocés a nosotros de pibes, y yo quiero que vos seas el mediador nuestro. El mediador de nuestra discusión’. Por supuesto que le contesté que no. Era algo muy comprometido. Pero, bueno, ya cuando era el jugador famoso fue otra historia. Aunque siempre me respetó. Y siempre trate de encararlo simplemente como un pibe al que conocía.
Fui a hacerle una nota a Nápoles. Allí estaba Cysterszpiler y el profesor Fernando Signorini, su preparador físico. Para hacerlo levantar, le tiré: ‘Diego, vos sabés que en Buenos Aires nadie habla de vos. Todos hablan de Hugo (Maradona). Porque él juega en un equipo juvenil que juega en la cancha de Vélez con entrada gratuita y todo el mundo habla de él. Se olvidaron de vos. Debés estar un poquito envidioso’. Y ahí saltaron todos los alcahuetes a decir: ‘¿Cómo va a decir esto?’. Y él dio vuelta la silla, porque estaba al lado mío, y me replicó: ‘¿Vos me estás hablando en serio?’. ‘Sí -le respondí- me imagino que algo te camina por adentro, porque ahora todo el mundo habla de Hugo Maradona y vos estás acá, en Nápoles’. Y me devolvió: ‘Quiero seguir hablando con vos, ¿querés venir a mi casa?’. Entonces fuimos a la casa con Coppola (Guillermo, luego su representante), Signorini y Cysterszpiler, por supuesto, aunque este último ya estaba en los tramos finales. Y nos quedamos hasta las 4 de la mañana, hablando de todo. Amablemente. De Menotti, de Basile, de Bilardo. Y me fui a acostar a las 4 y a las 9 me levanté para ir a verlo al entrenamiento. Cuando llegué, Diego ya estaba con la pelotita jugando. Ahí me di cuenta de que algo había empezado a tomar forma, y se produjo como un impacto de silencio entre los periodistas porque muchos sabíamos lo que era el tema de la droga de Diego, pero nadie lo dijo hasta que se armó el lío este en la calle Franklin, en 1991, y él se enojó con muchos, entre otros, con Clarín. Después se hizo difícil. Viajé a cubrir un partido a Arabia Saudita, donde dirigía Basile, una copa que ganó Argentina. Entonces en el camino de vuelta, venía con Simeone y Redondo en el avión. El agua y el aceite. Y le digo al Cholo, que jugaba en el Sevilla, ‘¿le podés avisar a Maradona que quiero hablar con él? Porque si te dice que no, no me tomo el trabajo de ir hasta Sevilla, me quedo en Madrid. ¿Me llamás después?’. Y me llamó al hotel: “Diego dijo que con vos no tiene ningún problema de hacer una nota, pero para tu diario no habla’. Viajé. Lo esperé siete horas. Estaba en la habitación con Bilardo mirando dos partidos. Después bajó a cenar, me dijo que esperara. Justo llegó Claudia con las nenas y en total se sumaron esas siete horas. Cuando vino, le planteé: ‘Diego, mirá que yo te conozco de pibe y me estas tratando mal’. Respondió así: ‘No, Horacio, yo con vos no tengo nada, es con el diario”. Le volví a hablar: ‘Mirá que escribí una nota en la que te defendía que titulé ‘Evitemos la hipocresía’, Diego’. Me dijo que conmigo nada, mientras iba para atrás y se subía al ascensor. Lo tomó y no me dio tiempo de decirle aquello que le había anticipado hacía catorce años, eso de que me iba a negar una nota. A partir de ahí pensé: ‘Listo. No más bola’. Pero al año siguiente volvió a jugar para la Selección del 94. Entonces lo llamé y vino. Nos dimos un beso y ahí quedó. Después, cuando quedó eliminado por el tema de la efedrina, tuvimos la suerte de encontrarlo una noche en el aeropuerto, a la madrugada, y con el Negro Fontanarrosa nos acercamos hasta que charlamos los tres casi una hora. Terminamos de hablar y le dije: ‘Diego, esto lo vamos a publicar’. Me confesó que no quería. Le respondí que no podíamos perdernos esta nota y cedió. Dijo que sí.
En los últimos quince años prácticamente no lo vi. Solo una vez cuando festejó su cumpleaños con el Coco Basile. Diego cumplía el 30 de octubre y Alfio el 1 de noviembre. Entonces el 31 a la noche llegaron con una torta para festejar todos juntos. Ahí fue donde venía hablando maravillas de Fidel Castro. ‘¿Vos querés hacer una revolución acá? Yo te nombro mi segundo’, le comenté. Me respondió que él no era segundo de nadie. Y le dije: ‘Con la pelotita, Diego. Con la pelotita. Esto es una cosa más seria’. Y, bueno, después no lo vi nunca más. Creo que en los últimos diez años no lo vi nunca.
Nadie, absolutamente nadie, se puede poner en la piel de Maradona. Esa es la persona más conocida del mundo. Tenía mal carácter, lo que quieras. Pero había que entender que siempre vivió con gente colgando alrededor. Tenía una vida muy difícil. Y fue difícil también su carácter, y la droga lo complicó mucho. Y terminó, tristemente, como terminó. Casi solitario, el tipo más conocido del mundo. Una verdadera pena. Una inmensa pena. Yo lo sufrí mucho».