Por Walter Vargas (*)
Rafael Emilio Santiago partió al otro lado de las cosas.
A contrapelo de la consabida endogamia porteña, aporteñada y aporteñante que desconocía la existencia del Negro Santiago o relativizaba su dimensión, subrayo que se trataba de uno de los más brillantes periodistas argentinos nacidos hacia la mitad del Siglo XX. Un genuino maestro de maestros, un sabio de la tribu.
Hablo de un tipo entendedor y entendido (de fútbol, de básquet, de lo que fuere), agudo y conceptual, refinado cultor de adjetivos y sinónimos, dueño de un tono sinfónico, y por sinfónico, inolvidable.Rafael Emilio Santiago, ese hombre afable que llora Bahía Blanca, nos deja tan solos como solos nos dejó hace cosa de un año otro coloso del llamado «interior del país»: Osvaldo Wehbe.
Ambos, el Turco y el Negro, honraron la célebre propuesta del viejo Tolstoi: pintar la aldea propia para ser universal.
(*) Periodista, poeta, narrador. Trabaja en ESPN. Su último libro es «El túnel del Centenario».