José María Muñoz, en plena cancha, dialoga con Eliseo Mouriño.
Por Daniel Guiñazú (*)
En 1967, los periodistas que respaldaban la tarea de los relatores de las radios y la televisión desde adentro de los campos de juego, acotando todo aquello que escapaba de sus miradas lejanas, vivieron acaso su máximo esplendor histórico. Ninguno antes y ninguno después se atrevió tanto como Rafael Olivari, quien durante la segunda final Intercontinental entre Racing y Celtic Glasgow en el Cilindro de Avellaneda, tuvo este diálogo con Agustín Mario Cejas, el gran arquero del Equipo de José.
-Mario, casi se lo atajás…
-Sí, casi se lo saco, pero Johnstone (un imparable puntero escocés) me lo pateó muy fuerte. Igual falta mucho, vamos a ganar….
Nada extraordinario tendrían estas declaraciones si no hubieran sido hechas durante el partido e inmediatamente después de que Johnstone de penal abriera el marcador para el campeón de Europa. Olivari se paró casi al lado del palo derecho del arco de Racing e ingresó a la cancha apenas Cejas se levantó del piso tras haber manoteado el remate potente del delantero escocés. El arquero no le puso mala cara al periodista. Respondió y siguió jugando como si tal cosa. Nunca más se vio ni se escuchó algo así. Fue tan largo y sorprendente el paso de Olivari que nadie se animó a seguirlo después.
Porque en los primeros tiempos de la radio y la televisión, el aporte de los periodistas que seguían los partidos desde el campo de juego era más bien acotado: daban las formaciones de los equipos en las previas, contaban los corners a favor de cada equipo, indicaban los cambios desde que fueron autorizados en el Nacional de 1968 e identificaban los detalles que podían escapárseles a los relatores y comentaristas que seguían los partidos desde las cabinas.
Los cronistas de las radios tenían además la responsabilidad de conseguir las notas a los protagonistas en los vestuarios luego de los encuentros. Pero no participaban de ellas. José María Muñoz y Fioravanti, por ejemplo, tomaban a su cargo las entrevistas y el mérito de los periodistas era hacerlos hablar primero por sus emisoras. A lo sumo, podían hacer la primera pregunta, pero después, tenían que darle paso a la cabina para que el relator saludara a los goleadores y les hiciera escuchar el relato de sus conquistas.
Si en las transmisiones de Canal 7, Cesar Abraham llevaba adelante la tarea con un estilo sobrio y ajustado, pero demasiado circunspecto, Dante Zavatarelli hizo lo propio en Radio Rivadavia con enorme eficacia. Fue tal vez el más popular de todos. Se movía por los estadios con un transmisor portátil que le permitía llegar con rapidez adonde se producía la noticia. Por eso, el 23 de junio de 1968 supo antes que nadie que a la salida de los hinchas de Boca por la puerta 12 del estadio Monumental se había producido una enorme desgracia, la más grande de todos los tiempos del fútbol argentino, con 74 muertos y centenares de heridos.
Pero en esa tarea de soportar apretujones y pisotones en los vestuarios con tal de llegar primero a las grandes figuras de los domingos, el más brillante fue Roberto Maidana. Todos querían hablar con él y él los conocía a todos. Informaba con claridad y entrevistaba mano a mano con la misma soltura y buen manejo del idioma que demostró después en el periodismo de la televisión. En los 60 tuvo brillo propio sin opacar a un astro de la radio como Fioravanti. La misma línea recorrieron en los años 70 Alberto Muney, Ricardo Scioscia y Nelson Castro que antes de dedicarse a la política, pasó largos años mamando en vivo el oficio periodístico en las canchas y en la hondura de los camarines.
Víctor Hugo Morales también anduvo por ahí cuando arrancó su carrera en Radio Colonia en 1966/67. Y su llegada a la Argentina para relatar en Radio El Mundo en 1981 jerarquizó y potenció el oficio de los vestuaristas. Además de todo lo que venían haciendo, debieron empaparse de la interna de cada club. Los vericuetos de la política, las peleas de los planteles, la estabilidad de los técnicos, las compras y las ventas, los obligaban concurrir todos los días a los entrenamientos y provocaban un volumen informativo que desembocaba en las transmisiones de cada domingo.
Quizás hace 40 años, esa manera casi obsesiva de seguir los entretelones del fútbol, mucho más allá de lo que pasaba en los partidos, haya fundado un estilo que llega hasta nuestros días. Allí se dieron a conocer nombres que todavía continúan ligados al periodismo deportivo, aunque en posiciones diferentes: Miguel “Tití” Fernández, Roberto Leto, Eduardo Ramenzoni, Marcelo Benedetto, Diego Fucks y Román Iucht se consagraron en la radio como vestuaristas de Víctor Hugo. Luego tomaron vuelo propio. Allí también brilló con su “Crónica Final de un vestuario”, unas deliciosas aguafuertes que iba armando sobre la marcha, el ya fallecido Ernesto Secchi.
En esa época (principios de los 80), Marcelo Tinelli era el vestuarista principal de Radio Rivadavia. Pero su trabajo, al igual que el de sus compañeros Horacio De Bonis, Hernán Ramazotti y Enrique Sacco, estaba mucho más limitado: debían participar sólo cuando Muñoz se lo pedía y conseguir antes que nadie que los jugadores y los técnicos hablaran con el autodenominado “Relator de América”. Tinelli daba la impresión de aburrirse en las transmisiones. Sentía y creía que estaba para más. El tiempo le demostró que no estaba equivocado.
Hasta principios de los 90, los periodistas de la radio y televisión competían en pie de igualdad. La información no tenía dueño y todos entraban a los campos de juego, donde hasta se daban el lujo de transmitir los sorteos de vallas, y a los vestuarios. Se tiraban centenares de metros de cable desde las cabinas para poder llegar a todas partes y las radios más grandes hasta tenían líneas propias en el ingreso de los vestuarios.
La cercanía con los jugadores era tal que muchas veces, las notas se hacían desde las duchas o los piletones, sin que nadie sintiese que se estaba violando su privacidad. Si habían ganado y estaban en vena, un mano a mano con Diego Maradona, Norberto Alonso, Ángel Labruna, Juan Carlos Lorenzo o Carlos Bilardo era un show periodístico imperdible.
Pero todo cambió a partir de 1993. Torneos y Competencias y el Grupo Clarín se quedaron con los derechos de transmisión del fútbol y actuaron como patrones. Los periodistas de las radios fueron corridos fuera de los campos de juego y a veces, hasta debían hacer las notas en los pasillos, porque Torneos había comprado los derechos para ingresar a los vestuarios. Los jugadores y los técnicos hablaban con ellos y luego no querían hacerlo con el resto de los medios. La información y los reportajes eran propiedad de Carlos Ávila y el grupo Clarín. Julio Grondona se lo había vendido a precio vil.
La televisión también fue absorbiendo a muchos de los periodistas nutridos en la radio de los ’80.”Titi” Fernández y Benedetto compusieron una dupla que cubrió centenares de partidos de los campeonatos locales, las Copas Libertadores y América y hasta los Mundiales y que tenía la orden de entrevistar a jugadores y técnicos no bien terminados los partidos para lograr declaraciones en caliente. El “Ruso” Ramenzoni, siempre muy bien dateado, desde el borde de los campos de juego ampliaba el ángulo de la información y daba las últimas noticias sobre la AFA, la Selección u otros equipos.
Ni siquiera la caída de Torneos en 2009 y la llegada del Fútbol para Todos modificó la norma de información más show que impera hasta ahora en las transmisiones que salen por ESPN, Fox, TNT, TyC Sports, DeporTV y la Televisión Pública. Lo bueno es que en los últimos años, el periodismo de campo de juego y vestuarios ha sido la puerta de acceso para que Angela Lerena, Antonella Valderrey, Stefanía Casero, Narella Senra, Alejandra Martínez, Gabriela Prevítera, Mariana Lamas, Mery Onega, Malena Solari, Paula Pallas y Marcela Brachetti trabajen en pie de igualdad (y hasta veces mejor que los varones) en cuanto a rigor periodístico, responsabilidad y pasión por su tarea.
El periodismo de campo de juego y vestuarios demanda hoy en día el manejo de un volumen informativo apabullante. Y en la cancha, un ojo atento a lo que pasa en el partido, el otro pendiente de la pantalla de sus celulares para no perderse lo que surge a través de las redes sociales, un oído no menos alerta al curso de las transmisiones y sensibilidad periodística para decir mucho con pocas palabras y no pasar por encima de los relatos y los comentarios.
Si llueve, se mojan tanto como los jugadores. Deben prestar atención al juego y a los bancos, a los titulares, a los suplentes y a los técnicos. El foco informativo puede variar en cuestión de segundos. Y hay que preguntar corto y rápido (no siempre sucede) en las notas después de los partidos.
Cada vez hay más cosas que hacer. Pero nadie tendrá aquella audacia de Rafael Olivari: su nota a Cejas en medio de una final del mundo sigue siendo un record de atrevimiento imbatible. De aquí a la eternidad.
(*) Profesor de Deportea y periodista en Página 12 y La Voz del Interior de Córdoba.