Besuqueame la biznaga

El 19 de agosto murió Oscar «El Flaco» Bergesio, un periodista notable, un gran comentarista de fútbol y una voz popular en Santa Fe. Claudio Cherep, compañero y amigo, lo despide en un texto que le hace justicia.

Por Claudio Cherep

Esto es como dice la Mirta Legrand, señora. Acá hay otro flaco narigón que no está en el cajón. Acá hay un fraude enorme como ese muchacho que no está donde todos dicen que se fue. Acá hay que investigar bien porque este tipo leía a Bochini y disfrutaba de las gambetas de Borges, algo totalmente incompatible en los potreros de Cañada Rosquín.

Acá, si el tipo no está ahí, no hay que llorar. Contra la opinión de la prensa, se lo ha visto otra vez bajarse de un citroen 3CV viejo y rojo, desplegando con parsimonia su metro noventa y pico por la calle 9 de julio, con un Benson humedecido por la comisura de los labios apretados para que las manazas libres pudieran entrar a la radio unos cuantos discos de tango.

Dirán que está ahí ese nariz de quijote. Pero ustedes, periodistas que aprendieron de él, chequeen esa info para no tirar cualquier verdura. Porque se ha escuchado a un señor que pasó por la vereda comentarle a un amigo que “ahí está entrando el portero de Bambina”. Entonces que no vengan con que está estirado y muzzarella para siempre.

De hecho, algunos están diciendo que lo vieron salir con el suplemento deportivo del Nuevo Diario, una madrugada, oliendo tinta, camino de un whisky que ya han dejado por la mitad el Toto Lorenzo y el Gitano Juárez.

Han comentado que en su homenaje las ruletas de todos los casinos sincronizaron colorado el 32 y hasta que en la EPE salieron de los cajones de la vieja oficina de prensa las claringrillas amarillentas completadas minuciosamente con una bic trazo fino.

Por eso digo, dónde está Oscar Aldo Bergesio? Un tipo sencillo así, que te batía la justa con vozarrón en modo Edmundo Rivero, no se te esconde en un cajón de mierda por nada del mundo. Un tipo que te podía explicar los acordes de Che Bandoneón y el sistema táctico de Holanda del 74 con la misma facilidad que “la tabla del 1”, ni en pedo se hace comida de los gusanos, ceniza, la muerte así porque sí. Los que se van son los que no valen la pena que hayan estado. Los don nadie. Los que han vivido como si todo fuera lo mismo. Pero no. No es el caso del hombre que quieren hacernos ver ahí extendido, pálido, tapado por una manta blanca.

Un sabio consagrado por el paladar difícil de un pueblo futbolero, un docente sin título ni presunción de serlo, un rojo para amar una camiseta y para pensar el mundo, no va con las generales de la ley.

Ahora andan comentando que se asomó a la cabina de un estadio de pocas luces, con las manos en los bolsillos de un jean gastado, refutando la teoría de los que han inventando un nuevo vocabulario, más complicado, menos redondo que la pelota; que los ha mirado con una risa socarrona y que les ha espetado “besuqueame la biznaga”. Porque Bergesio es el tango y el arrabal, la letra y la música justas, la radio misma, el diario aquel, el fútbol de siempre. Y ya ven cuántas veces le han dado certificado de defunción al tango y al arrabal, a la letra y a la música justas, a la radio misma, al diario en papel y al fútbol de siempre. Pero no mueren. No mueren nunca. Solamente pareciera que se los lleva este tiempo horrible, pero el día menos pensado, se te aparecen en un gesto, en un recuerdo, en el momento crucial de una noche que no quiere amanecer y en la que uno necesita saber qué tango hay que cantar. Como Bergesio, carajo.