Por Iván Sandler (*)
“La guerra es el juego del estadista, la dicha del sacerdote, la burla del abogado y la profesión del asesino mercenario”, Mary Shelley
Desde afuera, lo que se ve es una pared inmensa de un color petróleo intenso. Sin la luz roja, que por ahora está apagada, la puerta de entrada sería imposible de divisar. Pero soy de los pocos elegidos que la pueden abrir. Entro al estudio y me lleno lo ojos, nunca estuve más cerca de la NASA. “Esto es televisión y se habla para que te miren, no para que te escuchen”, me señala mi interlocutor, un productor entusiasta, convencido de que ahí se escribe la Historia.
La luz potente es selectiva. Hay lugares que prefieren seguir manteniendo en las sombras. Los colores de fondo están a tono con los de la empresa para que sea más fácil “fijar” a las caras nuevas a la marca. El espacio es tan amplio que parece uno de esos mecanismos de defensa para compensar esa carencia en otros aspectos del show. Porque es un show, ¿no?
“Hoy tenemos un programa…”, arranca el conductor y mi mente fantasea con que la palabra que complete la oración haga estallar la lógica de las cuatro o cinco parecidas que van rotando de emisión en emisión. Y, si es posible, con un par de tonos menos de excitación impostada en la voz. Pero no, dice “imperdible” y se me cae el alma al piso al recordar una vez más que estoy hecho de carne, hueso y pérdidas imperdibles.
Ninguna persona de bien desperdiciaría el tiempo en angustias existenciales cuando sobre la mesa le ponen la chance de saldar el debate de grandeza entre River y Boca, el análisis sobre si poner más delanteros es ser más ofensivo o porqué ganar es lo único que importa. Además, si te distraés, perdés: “Rodríguez por el sector derecho le permite a Benítez la amplitud por ese lado cuando ataca y el repliegue defensivo más largo cuando defiende”, explicó uno y caminó por la cornisa de lo permitido. “Pará, pará, pará. Explicámelo como si fuera Marengo, el caballo de Napoleón, antes de entrar a la batalla de Austerlitz, pero a los cinco años de edad. ¿Vos me estás diciendo que River es mejor que Boca?”. Prohibido subestimar al rival, salvo que sea la audiencia.
En el corte, el productor aprieta el puño mirando una pantalla con una línea que sube y baja. Le pregunto si es un pulsómetro. Se ríe. “El rating mostró un crecimiento de 0,02 puntos* (*válido para Ciudad de Buenos Aires, margen de error del 0,5%) cuando Rinaldi contó la anécdota de la charla técnica del DT antes de la final de la Copa del 89. Es por ahí”, me comenta. Me distraigo viendo las repercusiones en las redes sociales digitales. Están los que se prenden al programa, los que lo critican y los que critican a los que lo critican. En eso, empiezo a notar movimiento, gestos de preocupación. Alguien se acerca y les comenta algo a los de la mesa. Se miran, se preguntan. Finalmente, asienten.
Vuelve el aire, pero está viciado. En la voz de conductor ya no hay tono de excitación, sino de solemnidad y pide un chaleco antibalas. ¿Qué pasó? No entiendo nada. Se mezclan amenazas y denuncias con amenazas de denuncias. Aturdido, apenas logro escuchar a un reconocido periodista que descorcha de su propia cosecha “el que quiere ver fútbol gratis, que se tome un Delorean a la Unión Soviética”. Cuando una frase se instala en el saber popular, los otros fragmentos de ese discurso caen en el olvido. Por suerte, tenemos el archivo: a la afirmación que todos recordamos, le seguía “porque me tienen que pagar a mí”. Esta vez, no se animó a decirlo. Ahora sonrío yo por la variabilidad de la impunidad en el tiempo.
No sé de qué están hablando, pero noto el enojo que tienen. Señalan desprolijidades, papelones, irregularidades. La palabra “desaciertos” peca de ingenua a esta altura, y lo ingenuo está prohibido. Si a alguno se le ocurrió hablar del desvío de fondo públicos para los amigos, y se autocensuró, es algo que nunca sabremos. Pero nadie puede quitarnos la fantasía. El conductor dice que el hashtag que lanzaron es primer trending topic nacional y que a nivel mundial están ahí nomás de #Covid. Llama a las hordas de indignación individual a expresarse en “el último bastión de resistencia que nos queda contra las mafias: Twitter”.
Inmediatamente, le cede el paso a un especialista en el tema: “Acá no se trata de si nos parece mejor o peor la medida, el problema es que están perjudicando a la gente”. Me contagió su entusiasmo y me vi venir la cita del artículo 77 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, ese que dice que “el Poder Ejecutivo nacional adoptará las medidas reglamentarias para que el ejercicio de los derechos exclusivos para la retransmisión o emisión televisiva de determinados acontecimientos de interés general de cualquier naturaleza, como los deportivos, no perjudique el derecho de los ciudadanos a seguir dichos acontecimientos en directo y de manera gratuita, en todo el territorio nacional”. No lo dijo, pero ya lo va a decir.
Entonces, el especialista habla del Fútbol Para Todos y me extraña que la moneda de análisis no es el dólar (el peso solamente se usa para transacciones menores, como los contratos de derechos de televisación con empresas extranjeras), sino hospitales y jardines de infantes. Lo escucho y pienso que el mejor periodismo es el que trabaja con rigurosidad fiscalizando con uñas y dientes el 0,01% del presupuesto nacional. “La que termina pagando por esto es la gente”, explica. Artículo 77, no lo dijo, pero ya lo va a decir.
Llevo dos horas en el estudio y siento que ya pasé por las cuatro estaciones del año, los doce signos del zodíaco y los siete pecados capitales. Solo dos cosas se mantienen impasibles: el peinado del conductor y la cara de desgano del camarógrafo que tengo al lado. Su gesto es la descripción gráfica de lo inconmovible. Pero se viene la prueba de fuego, el editorial final.
“Nosotros estamos acá, pero no por nosotros. A ninguno le va a cambiar la vida ocupar un espacio más o uno menos en los medios de comunicación. Nosotros estamos acá por ustedes. Porque sabemos cómo sienten el fútbol, sabemos de la pasión con el que lo viven y hay cuatro o cinco tipos de traje, que en su vida patearon una pelota, que no pueden organizar ni un torneo de truco en el balneario Poseidón de Las Toninas, que les quieren decir cómo lo tienen que vivir. Pero quédense tranquilos. Nosotros vamos a estar acá por ustedes”, remató. Artículo 77, no lo dijo, pero…
El monstruo, que está vivo y en vivo, nos transmite una certeza: estos son sus principios. Y si le tocan sus intereses tiene otros.
(*) Periodista y docente en Deportea.