Por Pedro Basla, Juan Segundo Giles, Franco Pinceti y Gianluca Quartara
El 10 de junio de 2013, Ángeles Rawson volvía de la clase de gimnasia a su casa de Ravignani 2300, en el barrio porteño de Palermo. Pero, nunca llegó. Un día estuvo desaparecida y al otro encontraron su cuerpo dentro de una bolsa de basura en una planta recicladora del CEAMSE de José León Suárez.
Al ser una chica de un status social medio-alto, el caso tomó una gran trascendencia en los medios de comunicación, con más de 200 horas emitidas al aire. La libertad de prensa que tienen las empresas periodísticas para vender lo ubicó como el tema de agenda del momento y hasta provocó que la Justicia actuara con la mayor rapidez posible para hallar al culpable.
Pero esa rapidez llevó a que los medios dejaran sus valores éticos a un lado y se llegue a violar la privacidad de la víctima. Un claro ejemplo fueron las imágenes publicadas en la tapa de Muy. Con el mero objetivo de generar más ventas y demostrar superioridad con respecto a otros medios, el diario divulgó las fotos que fueron sacadas en el momento que se había encontrado el cuerpo sin vida de Ángeles Rawson.
Ahora bien, la forma de actuar del diario Muy y de todos los que siguieron sus pasos, es repudiable si se tiene en cuenta que la víctima era una menor de edad. Por ende, no se respetó la Ley Nacional 26.061 (Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes), la cual pide que “se respete su honor y se proteja su imagen”. Lo mismo sucedió con la muerte de Candela Sol Rodríguez en 2011.
Es por esto que, pese a que los medios ayudaron a que el caso tomara trascendencia, la necesidad de encontrar un enemigo de la sociedad indujo a que incriminaran a Sergio Opatowski, el padrastro de la víctima, sin pruebas, mediante calumnias e injurias.
Opatowski pasó de ser víctima a victimario de la noche a la mañana y los medios se apoyaron en sus características físicas y personales para acusarlo: lo catalogaron como una persona rara. Su frialdad y su nerviosismo ante la cámara y su carácter causaron que los medios empezaran una investigación paralela a la de la fiscalía con su propio culpable mientras que la fiscal Paula Asaro estaba lejos de encontrar al verdadero femicida.
Pero no solo se analizó a Opatowski, sino que también se llegó a poner en tela de juicio a la propia madre de la víctima. Ante la falta de un pedido de venganza por parte de Jimena Aduriz, los medios llegaron a decir que ella estaba encubriendo a su pareja. «Algo raro hay. ¿Puede ser que esté amenazada ella (la madre)? ¿Le pueden haber dicho «si vos hablas, sos la próxima»?, fueron las palabras de un panelista de Telefe.
Todo esto generó que Opatowski fuera visto como culpable para los ojos de la sociedad, lo cual va en contra de lo que dictamina el Artículo N°11 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el que se establece: «Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en un juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias a su defensa”.
Lejos de aprender del error que habían cometido con Opatowski, los medios replicaron su actuar con Jorge Mangeri y expusieron su vida privada antes de ser oficializado como el culpable del asesinato. Este nuevo error del periodismo pasó por alto porque tuvieron la suerte de que la investigación y el juicio terminaran dando a Mangeri como el femicida. Contaron con una segunda oportunidad y no supieron aprovecharla.
Tras las falsas acusaciones, tampoco hubo una rectificación correspondiente por parte de los medios. En primer lugar, el propio Opatowski manifestó que “muy pocas personas le pidieron disculpas” y es por esto que le “arruinaron la vida”. Además, la madre de Ángeles expuso que el periodismo llegó a hacerles “casi tanto daño como Mangeri”. De alguna manera, Jimena Aduriz y su pareja pudieron ejercer una crítica al periodismo dando lugar a la autorregulación ciudadana.
En segundo lugar, de las pocas disculpas que hubo, la mayoría fueron por compromiso y no de manera sincera. Y, prácticamente, la trascendencia de estas fue nula. El periodismo, en este caso, utilizó a la familia como un chivo expiatorio y cuando se descubrieron las mentiras en las que se incurrió no se disculparon, desnudando el lado más cruel, salvaje y despiadado de la profesión.
En esta cobertura que duró más de ocho días ininterrumpidos de aire televisivo, ocupó cientos de páginas de diarios y fue tendencia en un Twitter que estaba naciendo, los medios masivos de comunicación mostraron su lado menos ético y humano con el fin de generar ventas y rating mediante primicias inexistentes o erróneas. Y, por su parte, los periodistas no se ampararon en la cláusula de conciencia, sino que prefirieron ponerse la camiseta de los medios.
El seguimiento que el periodismo realizó sobre el Caso Ángeles fue en contra de los códigos éticos que la profesión periodística amerita. Y, además, violaron u omitieron de manera voluntaria derechos vigentes, tanto de la República Argentina, como de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ya sean la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y la Ley de Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres.
Fuentes:
Héctor O. Becerra: Cuaderno de ética.
https://www.marcha.org.ar/el-caso-angeles-y-el-periodismo-en-la-basura/
http://etica.cainfo.org.uy/el-caso-angeles-rawson/
https://noticias.perfil.com/noticias/tapas/2013-06-19-tapa-revista-noticias-1904.phtml