Fake news que arruinan vidas

Por Matías Amado González y Lucas Grunblat

Las redes sociales fueron pensadas como un espacio para conectar personas, compartir ideas y facilitar el acceso a la información. Sin embargo, esa misma libertad que les da sentido también se convierte en una herramienta peligrosa cuando se usa para dañar. Las fake news (noticias falsas disfrazadas de verdad) son uno de los problemas más graves de esta era moderna digital. Se viralizan rápidamente, muchas veces sin que nadie se tome el trabajo de verificar si son ciertas y pueden arruinar la reputación y la vida de una persona.
Esta nota toma como ejemplo el reciente caso de la periodista Julia Mengolini, que fue víctima de una campaña violenta en RR.SS. por parte de usuarios identificados como trolls del espacio libertario. Se trata de un caso que sirve para analizar la falta de responsabilidad ética en la producción y difusión de contenidos y cómo estos afectan derechos fundamentales.

¿Qué son las fake news y por qué importan?
Las fake news son información falsa presentada como verdadera que circula por las redes sociales, los medios de comunicación o las plataformas digitales. En muchos casos son fabricadas con la intención de perjudicar a una persona, influir en la opinión pública o simplemente generar caos en la sociedad, con el fin de dividirla.
Uno de los problemas más graves es que estas noticias falsas se expanden con mucha más velocidad que las verdaderas, sobre todo cuando apelan al morbo, al escándalo o a temas sensibles. La posibilidad de actuar desde el anonimato también fomenta esta práctica: perfiles falsos, bots y trolls se organizan para instalar mentiras y multiplicarlas, sin asumir ninguna consecuencia.
Lo preocupante es que muchas veces no se trata solo de usuarios comunes: estas campañas son aprovechadas o incluso impulsadas por figuras públicas y medios que priorizan el impacto mediático por encima de la verdad.

El caso Julia Mengolini: cuando la mentira se vuelve viral
En junio de 2025, Julia Mengolini, periodista y comunicadora, fue atacada en RR.SS. con una noticia completamente falsa que afirmaba que tenía una relación incestuosa con su hermano. Todo comenzó con la difusión de imágenes falsas generadas por inteligencia artificial y una supuesta carta documento que circulaba en X (Twitter), donde se la veía confesando estar enamorada de su hermano.
La situación escaló cuando el presidente Javier Milei, sin desmentir la falsedad de los hechos, hizo comentarios al respecto en su cuenta oficial. A partir de ahí, varios medios de comunicación tomaron la historia y la difundieron como si se tratara de una noticia real. Esto le dio aún más visibilidad a una mentira que no tenía ninguna base.
Mengolini, visiblemente afectada, salió a desmentir la acusación en televisión, explicando que se trataba de una campaña de odio y manipulación y que este tipo de noticias dejan marcas imposibles de borrar. El impacto emocional fue tan fuerte que no pudo evitar quebrarse en vivo y admitir que no iba a poder volver a ser todo igual. Lo más grave de todo es que esta situación no surgió de la nada: muchos la vinculan con declaraciones que ella hizo en 2023, cuando criticó duramente al presidente y su entorno familiar. Dos años después, pareciera que esas críticas fueron devueltas con una operación sucia en búsqueda de censurar todas las futuras opiniones de esta periodista.

Reflexión ética: ¿Qué falló?
Este caso pone en evidencia muchas fallas desde el punto de vista ético y profesional. Primero, se rompió el principio más básico del periodismo: el respeto por la verdad. Nadie chequeó la veracidad del contenido antes de difundirlo, debido a la alta influencia que manejaba la figura pública que las esparce, lo cual hizo que muchos medios lo replicarán sin pensar en las consecuencias, priorizando la primicia antes que la responsabilidad.
Además, se cruzó un límite muy delicado: el derecho al honor, la imagen personal y la intimidad de una persona. La publicación de una historia tan grave y personal, sin pruebas ni fundamento, es una forma de violencia simbólica que no se puede justificar.
También se omitió algo clave: el derecho a réplica y derecho de rectificación. En la mayoría de los casos, la periodista no fue consultada antes de que se difundiera la información. Solo después, cuando el tema ya había estallado, tuvo la oportunidad de defenderse, pero el daño ya estaba hecho. Además, los medios de comunicación ni se molestaron en salir a responsabilizarse, sino que aprovecharon la defensa de Mengolini para generar un debate de 2 puntos de vista y así no manchar su reputación ante un error.
Este tipo de situaciones demuestra que los medios, los comunicadores y hasta las figuras públicas tienen una enorme responsabilidad. No se trata solo de tener libertad para opinar, sino de ser conscientes de cómo esas opiniones y publicaciones pueden afectar la vida de otra persona. Y que las fuentes y las bases en algunos medios no se les da el tiempo de investigación para asegurar su veracidad, y así no se publican tópicos llenos de injurias y calumnias, que pueden llegar a formar un deterioro de imagen en las personas apuntadas.

La libertad de expresión y sus límites
Uno de los argumentos más usados por quienes difunden este tipo de contenidos es que lo hacen en nombre de la libertad de expresión. Pero esa libertad, como cualquier derecho, tiene límites. No se puede usar como excusa para mentir, difamar o promover el odio.
La libertad de expresión no debería ser entendida como “todo vale”. Está directamente relacionada con la verdad, el respeto y la responsabilidad. Cuando se convierte en una herramienta para atacar, inventar o destruir al otro, pierde su valor como derecho y se transforma en un acto violento.
El periodismo tiene un rol fundamental en la sociedad. No se trata solo de contar hechos, sino de hacerlo con compromiso, sensibilidad y ética. La desinformación no es solo un problema técnico, es una falta grave al respeto por los demás y a la profesión misma.

Conclusión
El caso de Julia Mengolini es una muestra clara del daño que pueden causar las fake news, y cómo estas prácticas afectan no solo a una persona en particular, sino también a la calidad del debate público. La desinformación, cuando se convierte en estrategia política o mediática, genera violencia, miedo y desconfianza en la sociedad.
Como futuros profesionales, es clave tener presente que no todo lo que circula debe replicarse. Que detrás de cada nombre hay una persona, con una vida, una familia y una historia. Y que la ética no es solo una materia que se cursa en la carrera, sino una herramienta real para ejercer una comunicación más humana, más justa y más honesta.

Fuentes consultadas
● Código de Ética de FOPEA (Foro de Periodismo Argentino).
● Cuaderno de Ética de Deportea con Hector O. Becerra
● Clarín, Perfil, ElDiarioAR, La Nación, MinutoUno (notas sobre el caso).
● Constitución Nacional Argentina.
● Convención Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica).