Fernando Ferreira, Colorado y maestro

Por Néstor López (*)

Fernando Ferreira no se murió. Y no es una negación inaudita ni caprichosa. No se murió porque vive en sus hijos, Pablo y Federico, a quienes les contó a su manera de qué se trata esto de honrar la vida para que sigan por el mismo camino, aunque a veces parezca intrincado o cuesta arriba. No se murió porque Blanca, su compañera de tantos años, lo recuerda todos los días analizando esta realidad que tanto duele o luchando como siempre contra las injusticias sin dejar de disfrutar un buen vino o una buena comida. No se murió porque cualquiera puede abrir uno de sus libros (Historia social del cine argentino, Una historia de la censura en la Argentina, Crítica de La Razón pura y Hechos pelota, el periodismo deportivo argentino durante la Dictadura) para deleitarse con su prosa florida y rigurosa, poética y cruda, analista y divertida, realista y creativa. No murió porque cada vez que nos juntemos quienes lo conocimos vamos a seguir hablando de él, de lo que dejó marcado a fuego como periodista, como escritor, como maestro sin título y como persona de bien.

Fernando, el Colorado, el Gordo o como cada uno le quiera decir, entró por primera vez a una redacción cuando tenía 16 años. Era muy flaco y todavía ni siquiera se insinuaba la barba larga que portó durante los siguientes 54 años, color rojo fuego, aunque después fue virando hacia el gris ceniza que terminó ganando la batalla cromática. Era un pibe lleno de sueños que tenía como ídolo a su padre periodista. Enseguida se ganó un lugar en ese mundo lleno máquinas de escribir del diario Crónica y sus críticas de cine no pasaron inadvertidas. Nunca más se fue las redacciones. Eran su mundo, su espacio, su lugar en el mundo. Ahí fue feliz. Pasó por El Heraldo, la Razón, Nuevo Sur, las agencias de noticias DAN (Distribuidora Argentina de Noticias) y TASS (agencia oficial de la Unión Soviética). Volvió a La Razón para llegar a ser el jefe de Deportes y cubrir el Mundial 94. Después tuvo un paso por Tiempos del Mundo y luego llenó de luz la redacción de Télam, donde entregó sus últimos destellos de pluma avezada en el oficio antes de jubilarse en 2016 y dedicarse de lleno a sus columnas de cine en el programa radial Raíces, magistralmente conducido por Blanca Rebori.

En los albores de los ’90, uno de los hijos de Carlos Spadone presidía la redacción del diario la Razón que su padre había comprado con fondos nunca claros. Allí, el Colorado era el jefe de Deportes y manejaba una sección llena de pibes con ganas de ser periodistas. Como una forma de demostrar un falso clima de compañerismo, el déspota hijo del dueño organizó un campeonato de fútbol en el que él participaría dentro de un equipo que no podía perder, a pesar de tenerlo a él y sus pies cuadrados dentro de la formación titular. Ferreira juntó a “sus pibes” y dijo que el equipo de Deportes se debía llamar “Doble franco”, un nombre por demás significativo en una redacción en la que sólo se les otorgaba a sus empleados un franco semanal, fuera del estatuto y de cualquier atisbo de dignidad laboral. Doble Franco llegó a la final del campeonato con el equipo donde jugaba (bueno, es una forma de decir) el hijo del dueño, el que no podía perder. Pero esa tarde perdió. Y la cara de los derrotados, con su capitán como estandarte de la derrota, fue lo más parecido a un poema de Neruda o de Borges que esos pibes y el Colorado habían visto alguna vez.

Anécdotas como esa se pueden contar de a cientos en un repaso de la vida de Ferreira. La mayoría tienen como escenario una redacción o una sobremesa. Allí el Colorado mostró en forma tajante su amor por la justicia social, por los colores de Racing, por su menottismo sin claudicaciones, por el cine de autor, por la literatura de Poe o de Galeano, por el buen vino tinto, por el mejor jamón crudo y por el periodismo. Allí les enseñó el camino caminando a sus compañeros de redacción y a sus acompañantes de mesa. Allí se mostró tal cual era y tal cual como pensaba, consecuente con sus ideas hasta las últimas consecuencias. Como aquella noche en que Osvaldo Soriano invitó a cenar a toda la sección Deportes de La Razón porque le gustaba el suplemento y la cena terminó de día. O como aquella madrugada en que el dueño de Clásica y Moderna le dijo al Colorado, “no se vayan que va a pasar algo”. Y ese “algo” fue que Sabina y Susana Rinaldi se pusieran a cantar tangos, acompañados en el piano por el hijo de la Tana, para el deleite de quince o veinte trasnochados entre los que estaban los “dateados” por Ferreira. O esa noche nefasta en la que Colombia le ganó a Argentina cinco a cero en el Monumental y después de sufrirlo en la cancha y escribirlo en el diario fue a Chiquilín con “sus pibes” a olvidar penas con la ayuda del vino, sin contar con que en una mesa cercana un grupo de colombianos festejaban a los gritos semejante hazaña que dejaba casi afuera del Mundial a la Selección que conducía Basile. Aquellos colombianos cantaban, brindaban y reían a los gritos hasta que el Colorado no aguantó más, se paró, los encaró, les pidió silencio y le dijo: “Ganaron bien, pero antes de mofarse de nosotros ganen un Mundial. Respeten a los que les enseñamos a jugar al fútbol”.

Por eso, volviendo al principio, qué se va a morir el Colorado Ferreira. No, viejo (como diría él). Nada que ver. Si vive en cada recuerdo, en cada libro, en cada anécdota. Métanse esa noticia donde les quepa. El Colorado está en algún lado queriendo “hacer mierda a los hijos de puta” como decía él sin aclarar a quiénes se refería porque no hacía falta. Y seguro que cuando vea esta noticia del orto largará esa carcajada tan suya con toda la boca abierta, los ojos achinados y la cara colorada, mientras con las dos manos se toma la panza. Esa panza que siempre dejó claro lo que para él significa la buena vida.

Foto: Alejandro Amdan

(*) Periodista. Docente en Deportea