Fútbol en la vida real

El equipo de la final en el cierre de la revista.

Por Marcelo Máximo (*)

La nueva era de partidos con goles muteados y que solo suceden en la televisión, necesitó más que nunca de la palabra precisa y del arte de contar en el marco de la virtualidad y la falta de estímulos sin estadio. El fútbol, ligado por siempre a la imaginación y a la fantasía, se jugó sin música en una cultura del primer plano que invita a repensar el rol asignado dentro de este mundo paralelo que gira alrededor de la pelota. ¿Qué fútbol contaron los medios sin el público en la cancha? ¿Cuánto juega el lenguaje visual en el armado de los disparadores de la semana? ¿Lo importante es lo que pasa o lo que dicen que pasa, según el movimiento de cámaras?

Entre las intimidades y chistes internos codificados que deciden exponer al aire en una transmisión -no en todas, claro-, el tiempo del relato sobre quién lleva la pelota o el comentario certero para que la masa de espectadores eleve su nivel de análisis juega un papel secundario y se cuela por la ventana, de vez en vez, en el medio de datos poco útiles y forzados con calzador de zapatos, historias del pasado que en todo caso pertenecen a la previa y sentencias sobre cómo le hubiera pegado quien lo cuenta ahora que vemos la repetición.

Después de un año del fútbol Play se abrió la puerta y los locales tienen la oportunidad de ir a ver qué pasa y revisar ese conflicto entre realidad y apariencia donde la tele engaña. Ya no será trascendental para la discusión de living si el marcador de punta suplente se baja el barbijo y juega con sus mocos, tampoco podrán divisar en alta definición el gesto del entrenador que acaba de recibir el gol ni la cantidad de veces que su equipo ganó cuando jugó los lunes o fue dirigido por ese árbitro. Sí, en cambio, escucharán en vivo los insultos y cánticos de los allegados (algo así como un desprendimiento de los neutrales), repasarán el repertorio de canciones de amor, odio, locura y muerte y medirán el aforo de cada estadio para saber quién lleva más gente o qué club ofrece mejores comodidades. La única garantía que tiene este regreso es el inigualable sonido que tan bien se entona sin ningún ensayo. El gol.

La complicidad con el fútbol supone que algo importante va a suceder en nuestro propio universo. Ese es el juego y la atmósfera, y quien lo advierta solo desde la razón -la pandemia le corrió el telón- se quedará descorazonado. En este contexto de retornos y butacas que se ocupan, La Final Deportea, esta publicación hecha por estudiantes de la escuela, vuelve justo el día en que también regresa el componente indispensable para que la pelota gire en la vida real. Esa bolsa vacía de la que habló Enrique Santos Discépolo en la película de 1951 ahora está repleta de papelitos, euforia, fidelidad y sentido de pertenencia en un abrazo con el desconocido.

(*)Periodista. Codirector de estudios pedagógicos de Deportea