Guido, los brazos con puentes

Guido Beroldo, periodista, egresado de Deportea, productor televisivo notable, murió el lunes 22 de febrero. Amigos y compañeros suyos, de manera compartida, escribieron este texto para El Equipo.

Existen muy pocas personas que pueden dejar una hermosa historia en cada lugar por donde pasaron. Son esas que no nos resultan indiferentes y que, si tenés suerte de cruzártelas, nunca más te separás.

Guido era uno de esos, uno de los buenos, uno de los que siempre están en una alegre anécdota, en un buen recuerdo y en cada instante feliz de vida. Llenaba de alegría, de emociones y de paz cada ambiente donde eligió estar y compartir. Periodista sensato, productor monumental, compañero noble, rockero de alma sensible, hincha apasionado, amigo fiel, todo eso era Guido Beroldo y mucho más.

El concepto de familia que tenía iba más allá de lo sanguíneo. Se metía en tu mundo para siempre.

Se fue pero está. Guido está y estará por siempre. Y nosotros estamos acá, escribiéndole para ayudarnos, para sostenernos, porque lo vamos a tener eternamente en nuestra memoria y eso nos ayuda a transitar este insoportable dolor.

¿Cómo tantas bondades podían caber en una sola persona? Inexplicable, por eso lo vamos a extrañar tanto.

Si en algo siempre nos asombró, era en su capacidad de sentir que en todo había una oportunidad y lo explicaba con serenidad, sin miedo, convenciendo a cualquiera de dejar de lado el temor y la incertidumbre.

Quizás por eso se vivía reinventando y era una máquina de pensar proyectos y de realizarlos.

Su deseo fue siempre trabajar con amigos, y si mucho no lo conocías te invitaba a vivir la aventura de serlo. Sentía que desde ese lugar se podían construir los sueños y las felicidades que tanto anhelamos.

Hizo amigos todo el tiempo, desde pibe. Lugar donde llegaba siempre a alguien terminaba abrazando con esos brazos enormes como puentes. Esos puentes que fueron los que unieron amistades de grupos dispares, atípicos, porque nos enseñaba que las cosas que nos podían unir eran y son siempre muchas más que las que nos pueden distanciar.

Todos pasamos mucho tiempo con compañeros de trabajo durante nuestra vida y quizás sean ellos los mejor calificados para contarte que clase de persona sos. Él siempre fue un todoterreno. Elegía lo colectivo sobre lo individual, uno de esos que habían ganado el partido a los prejuicios y al que nunca escucharías juzgar a nadie.

El noticiero y muchos otros programas de TV tuvieron en Guido un gran creador que les aportó cientos de ideas, vitalidad y cariño. Sí, cariño, porque por donde pasó se preocupó por el grupo. Sabía que con un buen grupo se lograban los sueños. Y lo logró.

Los que están a su lado desde pibes cuentan que hizo todo tipo de payasadas para hacerlos reír. Quería que en cada encuentro con amigos no existiera un final.

Pero más allá de eso resaltan la pasión con la que encaraba cada proyecto. Cumplió muchos sueños y le quedaron cumplir cientos más, porque así era Guido, y si le dabas más tiempo seguía creando.

Nunca se encuadraba en la tibieza: si tenía que ganar su Rojo una final podía llegar a prometer dejar de tomar alcohol por un año; si había que hacer asados, él agasajaba con lo mejor (tirar hamburguesas en la parrilla era una ofensa imperdonable); si iban a ver a La Renga, había previa y festejos desde las 9 de la mañana; si Excursio demandaba respeto, salía a pintar murales por todo Bajo Belgrano y Núñez.

Esa desmesura con la que encaraba la vida era como una muestra permanente del amor inabarcable por los suyos.

Lo que nunca vamos a comprender es cómo tenía tiempo para todos.

Siempre, en los momentos jodidos, estaba para darnos una mano. Las suyas eran las palabras justas, el abrazo de oso enorme que te daba paz en el medio de la cancha, que protegía tu cuerpo en el pogo un recital, era el que aparecía cuando más lo necesitabas.

Más que una sospecha, hay una certeza: había muchos Guido, infinitos.

Imposible que ese cuerpo estuviera en tantos lugares brindándose a puro corazón, haciendo sentir especial a cada persona que se cruzaba por su ruta.

Por eso no sorprendieron las muestras de cariño de tanta gente en su despedida de hace unos días. Las anécdotas a flor de piel que se contaron nos volvieron a regalar el recuerdo de su sonrisa, de su mirada cómplice.

Sus amigos lo vamos a reivindicar toda la vida. Vida: a muchas vidas las mejoró y mucho con sólo dejar ser sus compañeros de aventuras. Y quién sabe, tal vez, de tantos Guido que andaban por ahí, alguno decidió encapricharse con este mundo gris y se aparece un día de estos por alguna esquina del Bajo, empilchando su camiseta del Rolfi y con una fresca en la mano, lista para una ronda más.