Diego Tomasi: contar Qatar, contar con el corazón

Por Lucía Zunino y Micaela Jaluf Garcete

Dentro de unos días se cumplirá un año de la gran final del Mundial de Qatar 2022, cuando millones de argentinos fuimos felices luego de que Argentina se coronó campeón y hasta los que no disfrutan del deporte lo vivieron como si fueran fanáticos de toda la vida. Fue una etapa del año, entre noviembre y diciembre, en la cual todos los argentinos, independientemente de la opinión política, del club del que eran hinchas o de la posición socioeconómica que poseían, en la que esa famosa brecha de la que se acostumbra hablar en cualquier aspecto de la sociedad de este país desapareció en un aspecto y por unos días y a todos los argentinos nos unió un sentimiento que nos llenó de alegría, orgullo y esperanza luego de haber tocado el cielo con las manos.

Afortunadamente, hubo un grupo reducido de personas que pudo asistir a ese gran escenario del fútbol donde tuvo lugar uno de los mejores momentos para la vida de quienes nacieron en este costado del mundo y que pudieron vivirlo en carne y hueso para luego retratar ese inolvidable recuerdo. A su vez, hubo gente que hasta incluso plasmó su vivencia del Mundial en papel. Ese es el caso de Diego Tomasi, novelista, periodista, guionista y productor de radio, quien tuvo la posibilidad de viajar a Qatar y quien, en su afán de que con el paso de los años no olvide lo que vivió, tatuó permanentemente su experiencia en papel y decidió compartirlo con el mundo.

Autor de la novela Mil galletitas, el ensayo Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar y el volumen futbolero El caño más bello del mundo, su libro nuevo, Los mundiales invisibles, narra su propia experiencia de su viaje a Qatar y del inimaginable final que esa historia tuvo. En primera persona y con el deseo de que su relato perdure, escribió este relato para que lo vuelva a encontrar el Diego anciano y pueda revivir esa felicidad con lujo de detalles.

-¿Cómo y cuándo tuviste la idea de escribir un libro?
-Yo viajé al Mundial sin saber qué iba a hacer con esas experiencias, más allá de estar ahí. Yo fui como doble personalidad. Fui como hincha y fui también a laburar. Digo lo de hincha porque, más allá de ser hincha, yo tenía una acreditación que no me permitía ingresar a los partidos como prensa, entonces tuve que ir como público. Con lo cual yo sabía que mi experiencia iba a ser doble. Por un lado, la cobertura para la radio que trabajo y, por otro lado, vivir el Mundial. Y sí sabía, porque me había comprometido a eso, que durante el Mundial iba a escribir dos notas para la revista. Escribí esas dos notas, una antes de los octavos de final y una apenas terminada la final. Y volví todavía con el fervor, pero sin una idea clara de si quería ser algo más. Por ponerme a pie.

Y en los meses posteriores, enero y febrero, creo, agarré un miedo en un momento que fue el de olvidarme de cosas. Y que igual sucede, porque es la naturaleza. Y dije, ok, para no olvidarme de eso yo lo tengo que escribir. Y tomé como punto de partida esas dos notas que había publicado para ver si alrededor de alguna de esas ideas se me ocurría algo. No quería hacer el mismo libro que iban a hacer todos los otros, así que más o menos hacia marzo dije ok, tengo que sentarme y escribir un libro. Y así fue.

-¿Qué factores tomaste en cuenta a la hora de arrancar?, ¿pusiste en la mesa algunos puntos que te acordabas? ¿sabías bien por dónde empezar?
-Sabía un poco rápidamente, sobre todo apoyado en esas notas que había publicado. Me di cuenta de cuál quería que fuera el tono, que era un tono medio personal, en el sentido de que no iba a ser un narrador distante, sino que iba a ser yo en el Mundial, viendo la Selección y viendo lo que era, lo que pasaba en Qatar. Entonces ahí hubo una decisión de que iba a ser un libro en primera persona de mi mirada de lo que había sido el mundial. Cuando me di cuenta de eso, empecé a agregar otras cosas. Cómo quería narrar los partidos era una decisión que tenía que tomar, así que decidí que el punto de partida narrativo iba a ser el mismo que cómo había empezado la primera de las notas que publiqué. Era con una escena previa al mundial, en la que estamos mi hermano y yo en la puerta del cementerio donde están los restos de Diego Maradona, que fuimos una semana antes de que empezara el mundial. Y fuimos ahí, a estar ahí, íbamos a agradecerle, a pedirle, fuimos a ver qué había, a ver los murales de las paredes de enfrente, dejamos una especie de estampita y nos fuimos. En esa escena me pareció que había algo, algún núcleo narrativo para empezar a contar algo. Y percibí que Diego iba a ser una presencia muy importante en todo el libro, aunque fuera el primer Mundial en el que no estaba vivo, y bueno, ahí empezó todo.

-¿Sentiste que tuviste algún tipo de obstáculo a la hora de llevar a cabo tu libro?
-El obstáculo era que no sabía si me iba a quedar como yo quería, que eso pasa la mayoría de las veces. Por otro lado, había un obstáculo grande que era que no sabía si el libro iba a acercarse a replicar la experiencia. La experiencia fue para mí muy grande, muy conmovedora, muy importante en mi vida y tenía miedo de que el libro de alguna manera no le hiciera justicia. Después me di cuenta en el camino de que el libro tenía que hacerle justicia para mí en tanto me funcionara como descargo, como narración, pero que no iba a equipararse a la experiencia, que era una experiencia completamente distinta. Es un libro, no es ir al Mundial.

Y ahí me tranquilicé. Y, una vez que superé ese obstáculo, tenía algunas dudas acerca de cómo narrar, qué estructura iba a tener el libro y qué iba a pasar dentro del libro. Tuve algunas conversaciones con gente que me ayudó mucho. Me dijeron que podía pensarlo con los recursos de la novela, no en el sentido de que fuera ficción lo que contara, sino en el sentido de la estructura. De qué personajes recurrentes iba a haber o qué escenas podía pensar. Hay personajes recurrentes, hay lugares recurrentes, hay situaciones circulares, digamos, que queda picando una intriga y se interpone un poco más adelante, y así lo armé. Creo que ese fue el mayor obstáculo, de decidir de una vez para siempre, al terminar de escribir el libro, cómo lo iba a contar y por qué se pudo ir ahí. Y aceptar que ese libro no era el Mundial, ese libro era mi narración.

-¿Cómo tenías pensado promover el libro?
-Cuando lo estaba escribiendo, no sabía si lo iba a publicar. La verdad, no es que lo escribí ya sabiendo que iba a ser publicado. Se me ocurrió que podía publicarlo y siempre la primera opción fue hacerlo con los chicos de Lástima a Nadie, Maestro, que es un proyecto colectivo y autogestivo, que publica no sólo libros, sino una serie de notas muy frecuentes que combinas fútbol o deporte o literatura y política. Me pareció que el perfil del libro podía encajar con ellos, hablé con el director de Lástima, y a él le pareció bien. Después apareció la editorial, que es Milena Caserola, con quienes ya había publicado libros también, y ahí ya sabía que iba a existir el libro publicado y todo.

-Con tu libro Los mundiales invisibles, ¿quisiste apuntar a un solo tipo de público o que lo pueda leer todo el mundo?
-No lo pensé mucho en un principio y después fui notando que podía ser leído por más de un público. Hace poco una persona en Twitter me dijo que le gustaría regalarle el libro a su hijo de 11 o 12 años. Me preguntaba si estaba bien que lo leyera algún niño de esa edad. Me pareció que sí, que no había referencias muy ajenas a su mundo, que iba a entender todo lo que iba a leer, con lo cual creo que en ese sentido el público es amplio. Dicho todo eso, yo el libro lo escribí para mí. El público del libro soy yo, o sea, el niño que fui yo, que tuve siempre el sueño de ir al Mundial y finalmente lo cumplí. Entonces, es un libro que escribí para mí y también lo escribí para el viejo, que ojalá sea, para cuando me olvide de los detalles o qué hice en el Mundial, poder ayudarme. Que exista un lugar donde fijarse qué pasó. Y me parece que esa fue mi guía, yo quiero poder leer este libro en 20, 30, 40 años y decir ah, cierto que sería este tal costo, como hace el pasado.

-¿Cuánto tiempo te llevó el proceso de escritura?
-Desde que empecé, entre febrero y marzo, hasta que estuvo listo, pasaron todos esos meses. Yo entregué el libro a principios de octubre y después hubo un proceso de edición de unas cuantas semanas con el editor del libro que trabajó muy de cerca, hizo un gran laburo, y muy de cerca significa palabra por palabra y coma por coma, haciendo sugerencias, anotaciones, etcétera. Con lo cual llegamos casi a comienzos de noviembre con el trabajo y ahí sí el libro quedó terminado. Digamos que fue casi todo este año. Habrán sido en total nueve o diez meses.

-¿Qué representa un libro para un escritor?
-Es un objeto medio sagrado, yo no soy religioso, pero sí registro que las personas que escribimos depositamos en los libros, como objeto y como producto del trabajo, algo más o menos sagrado, como si eso fuera intocable. Y no lo es, por supuesto que no lo es: son objetos. Pero creo que un libro, cuando sos alguien que se dedica a la escritura y el publicar, no te convierte en escritor. Escribir te convierte en escritor o trabajar sobre tu escritura te convierte en escritor. Creo que cuando ves un libro con tu nombre, más allá del narcisismo y de todo eso, hay algo de la emoción que es muy patente hasta físicamente, o sea sentís que estás feliz, lo sentís en el cuerpo porque decís yo laburé un montón y esto existe. Y esto va a seguir existiendo porque ya con que alguien más lo tenga, aunque sea una sola persona, ya eso no es tuyo, ya existe. Y ahí hay una emoción muy grande.