Por Julio Marini (*)
En un mundo lejanamente cercano, los poderosos, los jueces y los jurados casi en un mismo colectivo oportunista, los intereses comerciales y políticos (léase empresas y gobierno, o cómo se quiera entender), deciden qué es lo mejor para esos millones silenciosos: que sólo empiece a rodar ese elemento que se usa desde1863 (por tomar la fecha de reglamentación del football en Inglaterra, algo que puede sonar arbitrario, pero que es real).
Tan real como que ese elemento, redondo o esférico, que mutó de cuero a “sintético”, es el único que durante los noventa minutos y entre 22 soñadores, concita la casi única atención de los espectadores: simpatizantes, fanáticos, curiosos o apenas devotos de esos movimientos que siguen evolucionando del potrero al gran estadio. Ese elemento que si se queda dormido dentro del arco o si se va fuera por milímetros, es capaz de producir las onomatopeyas más antiguas, con casi 150 años de emisión sonora.
¡Qué extraño y cautivante imán tiene ese objeto redondo y esos 22 personajes que sueñan mientras juegan y al mismo tiempo juegan mientras sueñan!
Bueno, en esta vuelta del fútbol que condicionó un virus con sigla de equipo ruso o ucraniano, se verán como en casi todo el resto del mundo hasta ahora, canchas vacías, sonido ambiente que se asemeja a los “ruidos” de los estadios y hasta telones con figuritas pintadas como hinchas, supuestamente para que la TV no parezca vacía en su fondo de pantalla.
¡Por favor, ilusos! Si hay un partido de fútbol nada parece vacío, aunque el negocio nos haya hecho creer que sin auspiciantes, bufandas de colores de clubes y goles de disc jockeys, el fútbol no es fútbol.
Es como creer que el fútbol recién existe de verdad desde que se viralizó en la TV, pantallitas, flows y tablets o “plays”.
Se difundió, se superviralizó, llegó a los rincones más recónditos, pero no nació hoy, aquí y en el resto del mundo en la consideración masiva-popular. Hay que tener archivo, o memoria de acuerdo a la edad que se cargue, que ver que ya a principios de los ‘60, el brasileño Pelé era tan conocido como el Papa Juan XXIII.
Ese inmenso juego, que -como siempre insistimos- fue sumando cosas bellas y necesarias pero también tumores malignos (negocio, espectáculo circense, corrupción, miserias, doping, apuestas), es el que comienza ahora en Argentina con formatos discutibles, personajes mediocres en su organización y disputas políticas y económicas. Pero es el fútbol, que adentro, como alma que impulsa su energía, encierra el juego.
Afortunadamente, eso espera el simpatizante, le hace acelerar el pulso, lo hará estallar de alegría o masticar bronca tan efímera como lo es el tiempo que separa cada partido y cada ilusión de revancha deportiva.
Seguramente habrá quienes le adjudican a las modernidades de las transmisiones, de las redes sociales digitalizadas, de las difusiones globalizadas, de verlo en un 50 pulgadas o en un celular, el gran impacto y la difusión del fútbol.
Por un rato deberían pensar qué hacen (o qué es lo primero que les surge como impulso) si van caminando y al costado en un potrero o una canchita, hay jóvenes jugando un picado: ¿siguen o se paran un instante aunque sea?
La mayoría se detiene o relojea el partido algunos instantes.
Ese imán es el alma que tiene el fútbol que los abraza.
Eso, eso es lo que está comenzando aquí y ahora con todas las imperfecciones del mundo.
Eh, un minuto. Están por empezar a jugar a la pelota…
(*) Codirector del Laboratorio de TEA y Deportea.