La historia femenina del deporte argentino

Por César R. Torres (*)

Hace más de 100 años, en su informe anual de 1918, P. P. Phillips, el director de educación física de la Asociación Cristiana de Jóvenes (ACJ) de Buenos Aires, escribió: “Al contrario de su tendencia tradicional, los argentinos ahora están desarrollando una sed insaciable por la educación física y los deportes extranjeros”. Por otro lado, resaltó que una mirada rápida a las clases en su gimnasio permitía observar “la clase de hombres y de niños bien educados” que atraía la ACJ, así como “el clima democrático, gentil” que se mantenía en ellas. Para mostrar la aprobación que generaban las iniciativas de la institución, Phillips citó a un médico local, para quien sus colegas porteños podrían enviar suficientes mujeres jóvenes para abrir una sección femenina si la ACJ estuviese dispuesta a realizar el mismo trabajo “por nuestras niñas gordas”.

El informe de Phillips pone de manifiesto la creciente importancia del deporte en Argentina a comienzos del siglo XX y el orden genérico prevalente. El deporte estaba reservado y era controlado por hombres, quienes estaban habilitados para beneficiarse de todos los valores atribuidos a su práctica. En cambio, como indica la cita del médico, a las mujeres se les permitía participar en el deporte si esto redundaba en el mejoramiento de la salud (sobre todo la reproductiva) y no trastocaba el ideal femenino establecido. Vale la pena destacar que la Asociación Cristiana Femenina (ACF) de Buenos Aires se había iniciado en 1890, siendo una de las instituciones femeninas más antiguas del país. Que el médico citado por Phillips la ignorase, también expone las enormes dificultades que enfrentaba, y todavía enfrenta, el deporte femenino.

La historia de la ACF ilustra que, a pesar de los discursos deportivos dominantes que durante largo tiempo silenciaron o minimizaron, y todavía siguen haciéndolo, siempre hubo, y hay, mujeres e instituciones que favorecieron, materializaron y ejemplificaron la emancipación y el empoderamiento de sus pares a través de la práctica deportiva. Se las puede, y debe, considerar como pioneras en el sentido de que eran, y muchas todavía siguen siéndolo, las primeras que se adentraron en un espacio novedoso. Pero también se las puede, y debe, considerar luchadoras y militantes en el sentido de que en ese valiente adentramiento crearon nuevos espacios participativos por medio de los cuales se cuestionaron estereotipos de géneros y se imaginaron visiones políticas alternativas. ¿Habrá mencionado algo de esto Alicia Moreau cuando la ACJ la invitó a disertar sobre “El feminismo como problema social” en su ciclo de conferencias de 1919?

Se sabe relativamente poco de la vida de estas mujeres e instituciones pioneras, luchadoras y militantes del campo del deporte, ya que han estado mayormente ausentes del relato histórico y periodístico tradicional. Afortunadamente, el paciente trabajo de múltiples colegas, comienza a interpretar el complejo proceso mediante el cual estas mujeres e instituciones pioneras, luchadoras y militantes, en sus búsquedas, sus logros y sus fracasos, contribuyeron a resistir, negociar y resignificar el orden genérico imperante en el deporte a lo largo del último siglo. Al visibilizarlas percibimos su larga e importante, pero hasta ahora latente, presencia en el deporte nacional.

El ejemplo de Lilian Harrison es instructivo. Años después de convertirse en la primera persona en cruzar el Río de la Plata a nado en 1923, declaró: “Nunca podré olvidarme que uno de los presentes [en Colonia] no se cansaba de asegurar que estaba loca y que no llegaría ni al farallón. Mire que extraño [cuando toqué tierra en Punta Colorada, cerca de Punta Lara], lo primero que se me ocurrió pensar fue en aquella persona que había comentado lo de mi locura un día antes”. Si nos interesa la producción de discursos y de sentidos genéricos, así como la igualdad de género en el deporte, ni los dichos ni las vidas de figuras como Harrison ni su significado deberían olvidarse. Rescatarlas, tenerlas presentes y problematizarlas, ayuda a visibilizar el papel vital de la mujer en el deporte y en otros espacios sociales.

(*)Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).