Oscar Finkelstein, ese sabio silencioso

Por Jorge Búsico (*)

Oscar Finkelstein era de los silenciosos, de aquellos que no hacían gala de ninguna de sus virtudes ni gritaban ninguna de sus ideas. Fue fiel a ello hasta sus últimos segundos, porque se fue sin avisar y sin dar lástima ni nada que se le acerque. Llevaba un tiempo largo enfermo y sólo su círculo bien íntimo, el más estrecho, sabía que lo suyo era irreversible. Ocurrió hace unos días, el 18 de enero, y nos provocó a muchos una sensación de angustia porque no sólo se fue joven, a los 63 años, sino, especialmente, porque se trataba de esas personas cuya salud humana e intelectual trascendía al periodismo.

Culto, melómano, ecológico, de buen comer y tomar, amante del buen fútbol, Oscar fue un refinado y riguroso editor de textos, periodísticos y literarios. Tenía un delicado contacto con el papel. De andar cansino, con una barba que casi le tapaba la boca, Oscar era de esa gente que a uno le da gusto escucharla. Siempre tenía a mano una cita, un cuento, una ironía, un dato, un saber. Nunca una palabra de más, como en sus textos.

Hacía no mucho tiempo había viajado a Japón y se había enamorado de ese país y de sus costumbres. A Oscar le gustaba explorar y lo asfixiaba la comodidad. Se fue de Clarín, donde trabajó muchos años como editor en distintas secciones, porque se resistía a recibir esa medalla, y a ser parte de todo el circo que se celebra en el piso donde están los dueños, cuando uno cumple 20 o 25 años en ese lugar.

Oscar escribió un maravilloso libro sobre su amigo León Gieco, titulado “León Gieco-Crónica de un sueño” (1994). En 2001 publicó “Según pasan los platos”. En esa obra literaria se agrupan dos de sus pasiones y saberes exquisitos: la música y la comida.

Formó parte de la primera camada de TEA, en 1987. Ahí lo conocí. Después nos encontramos en Clarín, donde profundizamos el cariño. Integramos el cuerpo de editores de lo que a fines de los 90 era una megasección de Información General. Lo vi tomándose horas corrigiendo textos y, también, cerrando contra el reloj notas de último momento.

Con Oscar coincidimos en haber nacido en octubre de 1958, en ser acérrimos gallinas y en la idea de la vida. La última vez que lo vi nos encontramos en el shopping del Abasto en septiembre de 2019. Él estaba haciendo tiempo para intervenir en una de las performances callejeras de “Si vos querés, Larreta también”. Yo buscaba algo que me faltaba porque al otro día me iba a Japón a cubrir el Mundial de rugby. Cuando le dije que me iba a Japón y le pedí tips y consejos, se le iluminaron los ojos. “Vas a volver fascinado”, me dijo. Claro que acertó.

Uno no sabe si es la pandemia, los años o qué, pero en este tiempo se están yendo personas muy valiosas. Oscar ha sido uno. Y lo hizo sin traicionarse: sin avisar, sin alharacas. A su estilo. Lo estoy viendo ahora, con su sonrisa que asoma entre tanto pelo de la barba y con ese tono de voz bajo, gracioso y contundente que me dice: “Ya está, terminala que juega River”.

(*) Periodista. Director de TEA y Deportea
Foto: Alejandro Guyot